Carta de despedida
“ … has recorrido, muchacha
un largo camino, ya …”
A partir del volumen XXIX se cierra mi participación en la Dirección de la REA. Se ha cumplido un ciclo al que le he dedicado cariño y esfuerzo. Para que los músculos de la memoria” (G. Steiner) sigan ejercitándose, quiero agradecer estos años recordando los inicios de este largo camino.
En el año 1959, Alberto Rex González, por entonces Director del instituto, publica el primer y único número de la Revista del Instituto de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras, perteneciente entonces a la Universidad Nacional del Litoral. Su diseño de tapa fue recuperado como homenaje y se mantuvo durante todas las ediciones impresas por nuestra actual Revista, honrando el propósito de Elena Achilli, bajo cuya gestión se retomó la edición en 1993, ya bajo el actual nombre de Revista de la Escuela de Antropología. El largo interregno de 34 años se debió a “las interrupciones institucionales que marcaron el flujo de la vida universitaria” - según señala Elena - teniendo como consecuencia no sólo la parálisis de la publicación, sino también la fragmentación de la Antropología en la región. Retomada la tarea, la revista buscó ser el canal que facilitara “la difusión, el intercambio, la comunicabilidad” de la producción disciplinar.
Desde aquel momento, los números se sucedieron con regularidad y continuidad. Entre los años 2000 y 2013, bajo la responsabilidad de María Cecilia Stroppa, y a partir de 2014 con mi dirección, con la colaboración del Equipo Editor. En 2016 se incorpora Malena Oneglia, quien va asumiendo tareas de responsabilidad en las tareas de edición. Junto a ella, la inestimable colaboración del equipo editor- entre quienes quiero destacar a las personas de M. Laura Bianciotto y Daniela Polola - y las voluntades de jóvenes graduados y estudiantes que se sumaron, se pudo llevar adelante esta tarea, respaldada por el Consejo Editor y el Comité Científico.
Son muchos los nombres que debería enunciar. A lo largo de estos años, esas personas, han colaborado de distinta manera en la orientación de la línea editorial, la convocatoria a los dossiers, la presentación y evaluación de los artículos, los diseños de interiores y tapas, la búsqueda de recursos económicos, de presupuestos, los trabajos de impresión, de distribución y, fundamentalmente, los vinculados con la jerarquización de la Revista.
En todos estos años, hemos contado con la contribución económica de la Asociación Cooperadora José Pedroni y la Fundación de la Universidad Nacional de Rosario, sucesivamente, a través del apoyo de las autoridades de nuestra facultad. Y en el mismo sentido lo ha hecho la Escuela, aportando recursos de reuniones académicas, fundamentalmente. La Biblioteca Buenaventura Terán es el hogar de la Revista, desde donde se distribuyen, intercambian y cobijan todos los números que han salido desde sus inicios y donde es posible consultar los artículos publicados. Vaya mi más profundo agradecimiento.
Aunque siempre sentimos que los esfuerzos son insuficientes, podemos observar que la Revista se ha jerarquizado en estos años gracias al trabajo del conjunto de quienes han colaborado en ella.
Hoy, su aparición es semestral, tiene un diseño editorial adecuado a los estándares de indexación latinoamericanos e internacionales; está inscripta en los repositorios institucionales nacionales, tanto del Ministerio de Ciencia y Tecnología Nacional como los del Caicyt-Conicet; cuenta con identificación e ingreso en las bibliotecas virtuales nacionales como internacionales y ha aprobado su ingreso a listados de revistas científicas que cumplen estándares de alta calidad.
Transcurrí 43 años de mi vida entre las paredes de la Facultad de Humanidades y Artes. Si bien a fines de 2020 ingresé en el “jubileo”, viví la situación de pandemia durante ese año, que impuso desafío de superar las condiciones de soledad, desencanto y repliegue sobre sí. Lo hemos superado, a sabiendas de que en el camino - con la interrupción de la savia vivificante de la presencia estudiantil- quedaron algunas formas de la vida. El retorno a la presencialidad se acopló a mi nueva condición laboral. Es decir, ya no soy docente de planta y si bien me las ingenio para poder escuchar las palpitaciones de la institución, soy consciente de que sus latidos son percibidos con mayor fuerza por quienes transitan por ella a diario.
Así, en esta dialéctica llamada vida - y “mirando a lo lejos” - me gusta buscarme en la escena, mimetizada en las figuras de jóvenes, que antes fueron estudiantes y que hoy están renovando el contrato con la esperanza, trayendo los ímpetus que necesita toda institución para reverdecer. Dos flechas lanzó Eros, una de oro y otra de hierro. A diferencia de Dafne, siento que las dos he recibido, la de oro me impulsa a extender los brazos, convertidos en vivas ramas abiertas a las nuevas generaciones por venir. La de hierro me arraiga a la Escuela como un tronco enraizado, sabiendo que siempre estaré ahí.
Hago mías las palabras de Alberto Rex González, hace 63 años atrás: “Que los aportes de los futuros números, las innovaciones y las contribuciones más importantes sea de aquellos que, habiendo iniciado su carrera en el Instituto, son hoy su esperanza más firme”.
Gloria Rodríguez, junio 2022