De color invisible. Paisajes de blancura y de identidad racial en el desarrollo internacional1

Kristín Loftsdóttir

Universidad de Islandia

Islandia

kristinl@hi.is

Traducción de Natalia Castelnuovo Biraben

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad de Buenos Aires

Argentina

naticastelnuovo@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-1124-4110

Resumen2

La identidad racializada en relación con el campo del desarrollo internacional es un tema sorprendentemente sin analizar dentro de la antropología, si bien extensamente explorada en vinculación a las sociedades occidentales multiculturales contemporáneas y las relaciones históricas existentes entre diferentes partes del mundo. En este artículo exploro la raza y blanquitud en relación al desarrollo internacional, enfatizando la importancia de analizar como la construcción histórica de la identidad racial continua modelando las relaciones del presente de gente que pertenece a diferentes lugares geográficos. En función de captar la importancia del desarrollo en la vida visual y cotidiana de la gente en diferentes partes del mundo, utilizo el término “paisaje de desarrollo”. Para ello adapto la idea de la globalización Arjun Appadurai (1996) como consistiendo en diferentes “paisajes”, y además, me pregunto sobre cómo es racializado el “paisaje de desarrollo”.

Palabras Clave

Desarrollo internacional, racialización, antropología.

Invisible colour. Landscapes of whiteness and racial identity in international development

Abstract

Racialized identity in relation to international development is a surprisingly unanalyzed theme within anthropology, even though extensively explored in connection with contemporary western multi-cultural societies and historical relations between different parts of the world. In the paper I explore race and whiteness in relation to international development, emphasizing the importance of analyzing how the historical construction of racial identity continues to inform actual lived relationships of people belonging to different geographical spaces. In order to capture the importance of development in visual and everyday lives of people in different parts of the world, I use the term “developscape”, adapting Arjun Appadurai's (1996) idea of globalization consisting of different “scapes”, furhtermore, as asking how this “developscape” is racialized.

Keywords

International development, racialization, anthropology

Cor invisível. Paisagens de brancura e identidade racial no desenvolvimento internacional

RESUMO

A identidade racial em relação ao campo do desenvolvimento internacional é um tópico surpreendentemente não examinado dentro da antropologia, embora amplamente explorado em relação às sociedades ocidentais multiculturais contemporâneas e às relações históricas entre diferentes partes do mundo. Neste artigo, exploro raça e brancura em relação ao desenvolvimento internacional, enfatizando a importância de analisar como a construção histórica da identidade racial continua a moldar as relações atuais de pessoas pertencentes a diferentes localizações geográficas. Para apreender a importância do desenvolvimento na vida visual e cotidiana das pessoas em diferentes partes do mundo, emprego o termo “paisagem do desenvolvimento”. Para isso, adapto a ideia de Arjun Appadurai (1996) de globalização como constituída de diferentes “paisagens” e, além disso, me pergunto como a “paisagem do desenvolvimento” é racializada.

PALAVRAS-CHAVE

Desenvolvimento internacional, racialização, antropologia.

FECHA DE RECIBIDO 08/05/2022

FECHA DE ACEPTADO 20/09/2022


1 Publicación original: Invisible colour. Landscapes of whiteness and racial identity in international development, Anthropology Today, October 2009, Vol. 25, No 5, 4-7. doi/10.1111/j.1467-8322.2009.00685.x

2 Nota de la editora: el artículo original no contaba con Resumen y Palabras clave. Las imágenes y pies de ilustración corresponden a la publicación original.

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO

Loftsdóttir, K. (2022) De color invisible. Paisajes de blanquitud y de identidad racial en el desarrollo internacional. Revista de la Escuela de Antropología, XXXI, pp. 1-19. Traducción de Natalia Castelnuovo Biraben. DOI 10.35305/rea.viXXXI.216

Las prioridades del Banco Mundial han cambiado dramáticamente.

El trabajo del Banco Mundial en más de cien países es desafiante. Pero su misión es simple: ayudar a reducir la pobreza. En los últimos veinte años, el foco del Banco ha cambiado y también su enfoque. Actualmente está abordando nuevos temas tales como el género, el desarrollo comunitario y los pueblos indígenas, y su apoyo a servicios sociales como salud, nutrición, educación y jubilaciones ha crecido de un 5 por ciento en 1980 a un 22 por ciento en 2003. Hoy son los propios países los que se acercan al Banco Mundial con sus correspondientes planes de ayuda a personas pobres y el Banco ha adoptado nuevas formas de trabajar con ellos.

Los temas de identidad racial han sido extensamente explorados en relación a las sociedades contemporáneas multiculturales Occidentales y a las relaciones históricas entre diferentes partes del mundo, por ejemplo, entre África y Europa. Sin embargo, estos tópicos permanecen en gran medida invisibles en el contexto del desarrollo internacional, dónde son algo así como un punto ciego. Mi preocupación en este artículo tiene que ver con cómo el desarrollo internacional promueve y recrea nociones racializadas.

El desarrollo internacional, que surgió con el inicio de la Guerra Fría y las etapas iniciales de la descolonización supusieron un nuevo modo de pensar el mundo y las relaciones entre sus diferentes partes, aunque, como señaló Knud Nustad (2001), la idea de desarrollo también está basada en viejas concepciones. Antiguas tierras colonizadas –ahora Estados independientes– fueron definidas como países subdesarrollados con la necesidad de recibir asistencia en función de alcanzar una mejor calidad de vida y un modo de vida más ´moderno´. De este modo, el desarrollo internacional significó la reconfiguración de las relaciones entre diferentes lugares del mundo, tanto las relaciones entre Estados-nación –en ocasiones estuvieron mediadas por organizaciones internacionales– como las interacciones reales entre individuos pertenecientes a diferentes ambientes geográficos y culturales. Son cada vez más los académicos que están situando al desarrollo dentro de procesos globales (Edelman y Haugerud, 1994), que involucran el movimiento de personas y las construcciones ideológicas a través de las fronteras (Tsing, 2000; Loftsdóttir, 2002).

En este artículo exploro las categorías de raza y blanquitud en relación con el desarrollo internacional, y enfatizo en la importancia de analizar cómo las construcciones históricas de la identidad racial continúan modelando las relaciones concretas entre personas pertenecientes a diferentes espacios geográficos. El desarrollo, en tanto actividad vivida, es un importante lugar de encuentro entre individuos del mundo en desarrollo y de Occidente, así como una fuente de creación de imágenes de ciertas regiones del mundo tal y como son desplegadas por Occidente. En este sentido, Arturo Escobar (1995) llamó la atención sobre cómo el desarrollo se relaciona con las identidades, influyendo y creando subjetividades en diferentes lugares del mundo. ¿Cómo se construyen las identidades raciales a través de esos encuentros, y cómo se reinvierte la memoria histórica de la raza? ¿Cómo se vuelve la blanquitud significativa y comprensible en dichos encuentros? ¿Qué paisajes racializados se crean y vuelven significativos por medio de las prácticas de desarrollo? ¿De qué modo las nociones raciales del desarrollo adoptaron formas de género al interactuar con sentidos locales en diferentes partes del mundo?

Mi objetivo aquí no es entender si el desarrollo funciona o de qué formas lo hace –tal como lo planteara David Mosse (2004) cuando se refiere a los diferentes campos enfocados en el desarrollo. Por el contrario, mi intención es hacer visible los efectos del desarrollo internacional que no son ni intencionados ni planificados, y destacar los enredos del desarrollo con ciertas memorias históricas que ayudan a crear significativos mapas o guías del mundo. Vincent Crapanzano (2003) se refiere a que una de las tradiciones de la antropología es la “des-familiarización”, por ejemplo, el auto distanciamiento requerido para reconocer construcciones sociales y para “re-evaluar nuestros propios presupuestos culturales” (pp. 4).

En orden de captar la importancia del desarrollo en la cultura visual y la vida cotidiana de las personas en diferentes partes del mundo, utilizo el término “paisaje de desarrollo”, adaptando la idea de Arjun Appadurai (1996) de que la globalización consiste en diferentes “paisajes”. De manera similar, Faye Harrison (1995) acuñó la frase “paisaje racial” para reflejar cómo las identidades raciales son ordenadas “dentro, a través y más allá” de los límites creados por comunidades imaginadas (pp. 49). Con el término “paisaje de desarrollo” me refiero a las prácticas vividas, a las construcciones imaginadas y a las representaciones visuales del desarrollo en países que dan o reciben ayuda. El concepto de paisaje de desarrollo enfatiza la naturaleza global del desarrollo y el modo en que involucra el movimiento de personas, productos e imágenes, además de ideas, concepciones y deseos que influyen en escenarios localizados y que son apropiados en contextos localizados.

En Nigeria, donde realicé un exhaustivo trabajo de campo, este paisaje de desarrollo es visible y vivido a través de representaciones visuales tales como la cartelería publicitaria de diferentes proyectos o los vehículos rotulados con los logotipos de instituciones de desarrollo; y también a través de individuos que empiezan diferentes proyectos. En Islandia, donde nací y crecí, el paisaje del desarrollo está presente en varios discursos sobre Islandia como país donante, y en imágenes sobre gente “necesitada” que popularizan desde los medios y diferentes instituciones de ayuda gubernamental y no gubernamental; así como en declaraciones públicas acerca de la recaudación de fondos que celebran la generosidad islandesa hacia las personas pobres del mundo. Appadurai (1996) refiere a las imágenes como un campo organizado de prácticas sociales, enfatizando que ellas no solo existen “allá afuera”, sino que además actúan en el mundo.

Mi análisis comienza con una revisión general de los estudios sobre blanquitud, que en gran medida volcaron su mirada hacia aquellas personas cuyo color de piel es por lo general normalizado en la sociedad Occidental. Luego me focalizo en el paisaje de desarrollo, intentando identificar algunos de los asuntos problemáticos involucrados.

Blanquitud y poder

La invisibilidad de género y del color de la piel de ciertos grupos sociales es el resultado de su sujeción al poder. El poder de ser blanco y varón tiende a convertir a estas categorías en invisibles, presentándolas como desmarcadas y así normalizadas y auto-evidentes (Puwar, 2004). Históricamente los estudios sobre la raza le han prestado muy poca atención a la blanquitud, que fue frecuentemente tratada como algo estático, normativo y ahistórico (Bonnett, 2000). Actualmente la blanquitud es analizada en varias disciplinas desde diferentes ángulos (Fine et al., 2004). Mi objetivo aquí es abordar cómo la blanquitud se construye, naturaliza y normaliza dentro de ciertos contextos sociales y culturales (Hartigen, 1997). En tanto los estudios de blanquitud problematizan la noción de raza, éstos necesitan ser enmarcados dentro del campo de investigaciones sobre identidad racial en general (Hartigen, 1997).

Esta apreciación crítica sobre la normalización de la “blanquitud” implica cambiar la mirada hacia aquellos en posiciones de mayor poder, en vez de centrarse solo en grupos marginales. Se trata de un cambio significativo, en tanto las investigaciones académicas han tendido, por lo general, a focalizarse menos en quienes detentar el poder, tal como reflexiona críticamente Peter Rigby (1996) acerca de la necesidad de que los estudiosos examinen la “cultura de los dominadores, antes que aquella de los dominados” (pp. 8). En este sentido, los estudios sobre la blanquitud problematizan a aquellos en el poder, evidenciando los diferentes niveles de poder con los cuales las personas interactúan en su vida cotidiana. La lectura matizada sobre Foucault de Abu-Lughod (1990) ilumina las complejidades y los múltiples niveles de poder en los que individuos con poder en ciertas circunstancias pueden carecer de este en otras. Por consiguiente, los individuos pueden ser simultáneamente opresores y oprimidos dentro de ciertas estructuras de poder (ver también Loftsdóttir, 2004).

La categorización social del color de la piel no se presenta de forma aislada sino que intersecta con diferentes categorías, tales como la de raza, sexualidad, religión, género y clase, como ha sido señalado por académicas feministas (Mascia-Lees y Sharpe, 2000; Moore, 1996). El término “interseccionalidad” es utilizado con frecuencia por la teoría feminista crítica de la raza para capturar esta intersección de varias dimensiones de la identidad (Staunæs, 2003). Este término pone de relieve el hecho de que la blanquitud está siempre interactuando con otras variables socialmente definidas tales como la edad, el género y la orientación sexual, y que asimismo es un término históricamente fluido e inestable. Pero si bien las identidades pueden ser en cierto modo manipuladas, lo cierto es que ellas también involucran un proceso en el que la sociedad en conjunto asigna identidades específicas a los individuos; tal como identificó Althusser (1971) al hablar del reclutamiento de sujetos, refiriéndose a cómo los individuos aprenden a reconocer sus posiciones como sujetos específicos.

Esta perspectiva se torna especialmente relevante en relación a la identidad racial, como tempranamente reconoció Franz Boas al señalar que la raza no solo era una concepción, sino que además implicaba una percepción (Jackobson, 1998). Como sostienen Cooper y Brubaker (2005), el énfasis de la academia de ese período sobre la identidad tendió a priorizar la agencia, como si las identidades fueran solo recreadas y reinventadas por un interés individual, fracasando así en reconocer cómo los discursos reclutan individuos, además de forzarlos a subjetividades históricamente constituidas.

Desde hace tiempo, los académicos han enfatizado en cómo las expresiones del racismo han ido cambiando: actualmente la discriminación racial es ilegal y condenada en la mayoría de los Estados-nación (Gullestad, 2002; Harrison, 2002). Paralelamente, y si bien el racismo es por lo general abiertamente condenado, el racismo –por ejemplo, a través de la creencia de que la diversidad humana puede ser clasificada en diferentes razas–, continúa siendo un factor importante en la comprensión de la diversidad humana en muchos países de Occidente. Por lo tanto, el racismo puede ser percibido como una memoria social y en ese sentido consiste en un “cuerpo de conocimientos”, tal como lo apuntó V.Y. Mudimbe (1994) en su análisis sobre la “biblioteca colonial” y su papel en la explicación de un cierto tipo de orden en el mundo.

Imaginando e interpretando el desarrollo

La ayuda para el desarrollo internacional es un concepto totalizador que incluye un amplio rango de iniciativas que van desde un planeamiento sectorial estatal sobre regiones enteras hasta el apoyo financiero a pequeñas ONGs para un proyecto de construcción individual en una aldea. En la medida en que temas de desarrollo y seguridad se fusionan (Brack, 2007; Duffield, [2002] 2006; UNDP, 2005), el desarrollo se torna aún más complicado, involucrando relaciones entre personas con uniformes militares de los países donantes y civiles de los países en desarrollo. Si bien esta problemática extensión del “desarrollo” es un asunto importante (ver Loftsdóttir y Björnsdóttir, 2009), mi intención en este trabajo es otra. Las apreciaciones de Arturo Escobar y James Ferguson (1994) acerca del desarrollo como un encuentro desigual entre “Occidente” y el “resto” prestaron poca atención a las relaciones complejas y jerárquicas entre aquellas personas de las instituciones de desarrollo, tal como señaló David Mosse.

Mosse (2004) hace énfasis en la necesidad de entender cualquier separación entre políticas y prácticas actuales de desarrollo en términos de la diversidad de intereses que están involucrados y subyacen en los modelos políticos. A pesar de que Mosse critica el enfoque de desarrollo de Ferguson por ignorar los múltiples niveles del desarrollo, tanto su argumento como el de Ferguson pueden utilizarse para analizar el “poder” como factor intrínseco al desarrollo, como lo es a todas las prácticas sociales.

Tal como sugiere Mosse, es importante considerar al desarrollo como un tema que involucra a una amplia variedad de actores sociales. Pero al mismo tiempo es central seguir observándolo desde una visión global; identificando las categorizaciones sociales que el desarrollo –al igual que otras actividades abarcadoras– crea y promueve. También necesitamos seguir explorando las raíces históricas del desarrollo, y los marcos de relaciones entre países donantes y receptores, en orden de superar el sesgo imperialista y poder evaluar críticamente qué es y qué debería ser el desarrollo. Tal compromiso crítico no debe ser visto necesariamente como dirigido a eliminar el desarrollo, como se acusa que proponen muchos críticos post-estructuralistas del desarrollo (ver por ejemplo Kiely, 1999). En cambio, esto podría ser visto como una herramienta importante para aquellos involucrados de un modo u otro en las prácticas de desarrollo, en tanto les permitiría evaluar y entender mejor su propio contexto dentro del desarrollo, en tanto práctica social.

El desarrollo tiene que ver con el poder de múltiples formas. Tiene como objetivo la distribución de recursos a nivel local, pero además en tanto las grandes organizaciones de ayuda impactan en las políticas nacionales a nivel local tiene más influencia de la que podemos imaginar. El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, debe dar su autorización antes de que los países puedan ser admitidos como potenciales receptores de ayuda. De este modo, analizar las múltiples formas en que esos poderes se manifiestan en la praxis e ideologías de desarrollo resulta una tarea de suma importancia.

Al observar el paisaje de desarrollo, adopto la noción de globalización de Appadurai (1996), entendida como un proceso de ruptura que crea “paisajes” diferentes y en cierto punto un “paisaje” de personas distantes, de dinero, de imágenes y tecnología. El autor rotula a estos paisajes como paisaje étnico, paisaje financiero, paisaje mediático y paisaje tecnológico.

El paisaje de desarrollo consiste en elementos tangibles e intangibles asociados con el progreso y el desarrollo en los países desarrollados, tales como carteles publicitando el éxito de varios proyectos, construcciones y vehículos. Cada uno de estos elementos está embebido en ideas sobre el éxito y la modernización. En lugares del mundo más prósperos, este paisaje de desarrollo está formado por imágenes y categorizaciones “del” mundo en desarrollo en los que tanto las industrias como los discursos públicos y políticos promueven ideas sobre los otros, y que luego sirven para dividir el mundo en estas categorías. Las relaciones entre países están modeladas, pero también constreñidas por esas ideas y por las prácticas de desarrollo. De este modo, el concepto de paisaje de desarrollo subraya la naturaleza global del desarrollo y el movimiento de personas, deseos e ideas que éste conlleva, influyendo en los contextos locales y, a su vez, siendo apropiado y modificado en dichas localidades.

El paisaje de desarrollo racializado

Visualmente, uno de los aspectos problemáticos del paisaje creado por la ayuda internacional es que la mayoría de los que brindan ayuda son personas de piel “blanca”, mientras que aquellos que la reciben son predominantemente de pigmentación oscura. En el mismo sentido, también resulta especialmente significativo el hecho de que quienes trabajan para las instituciones de desarrollo dentro de los países en desarrollo tengan un estilo de vida radicalmente diferente al de la mayoría en esos países. Quisiera enfatizar que no considero los términos “blanco” y “negro” solo como un tema de color de piel ni tampoco como construcciones “fijas”, sino como categorizaciones sociales que en cierto punto están situadas (Loftsdóttir, 2002), y que se basan en una categorización histórica de la diversidad humana formalizada en discursos Europeos del siglo XIX (Ver Smedley, 1998). De modo que, éstos son conceptos relacionales que sustentan categorías que se vuelven significativas dentro de ciertos contextos y no son conceptos que acarrean un significado intrínseco. En tal sentido, debemos preguntarnos: ¿qué efectos tiene todo esto en la vida real de las personas, tanto en los países donantes como en aquellos que reciben la ayuda? ¿Cómo se crea y recrea la “blanquitud” en los discursos y acciones de las instituciones de desarrollo y otros interesados en el universo de la ayuda? ¿Cómo es que las imágenes de personas de piel oscura de países en desarrollo presentadas casi como una realidad objetiva –especialmente cuando es acompañada de insuficiente cobertura mediática sobre otros aspectos de la vida en estas regiones– perpetúan un cierto tipo de imagen de la “blanquitud”? Siguiendo a Karen Brodkin (2000, 2007) uno podría preguntarse acerca de la relación entre la raza y el capitalismo global: ¿cómo aparece la clase en estos “paisajes de desarrollo”, y cómo esta interactúa, es condicionada o resiste toda noción racializada? (ver también Heron, 2007).

Cuando realicé mi trabajo de campo en Nigeria, durante el período 1996 a 1998, me preocupó descubrir que la mayoría sino todos los pastores nómades WoDaaBe y los trabajadores migrantes con quienes conversaba, veían los proyectos de desarrollo como derivando de y perteneciendo a gente “blanca”. En este contexto, el significado que los WoDaaBe dan a lo “blanco” está asociado por lo general a la figura de los europeos y norteamericanos de piel relativamente clara (ver Loftsdóttir, 2002). Esto significa que en cierto sentido el desarrollo está “racializado”, en tanto es percibido como perteneciente al dominio de los europeos u otros norteamericanos “blancos”, pero no al universo de los africanos. Los nigerianos locales que trabajan para las instituciones de ayuda están con frecuencia subordinados a los blancos, a jefes occidentales. Para la gente local, como los WoDaaBe, es visualmente llamativo y significativo que aquellos cuyos empleos son mal remunerados en la industria del desarrollo tienen, en su gran mayoría, una piel de color diferente de aquellos que administran los proyectos y que se desempeñan en oficinas. Los nigerianos trabajan como guardias de seguridad, jardineros, choferes y en tareas de secretaria en las instituciones de desarrollo, como también asumiendo diversas tareas especializadas relacionadas más directamente a la implementación de los proyectos en el terreno.

Durante mi trabajo de campo en Niamey, el paisaje de desarrollo era también visible en la vida cotidiana, por medio de una cartelería omnipresente que publicitaba una variedad de proyectos de un conjunto de instituciones de desarrollo. Los grandes jeeps que circulaban llevaban identificaciones con los logos de las instituciones. Algunos espacios –como los supermercados, bares y restaurantes– también estaban reservados para los occidentales o los nigerianos acomodados. Para muchos de los WoDaaBe con quienes conversé, existía una fuerte relación entre el color de la piel y la prosperidad. De hecho, muchos se sorprendieron al escuchar mis relatos de que en mi país de origen mi madre no tenía sirvientes que cocinaran y realizaran la limpieza para la familia, y que mi hermano no trabajaba como oficinista.

Como muchos WoDaaBe han viajado extensamente por África Occidental, donde la gente blanca también es atendida por gente de piel oscura, su marco de referencia para estas impresiones no estaba de ningún modo limitado a Nigeria (Ver Loftsdóttir, 2008). Cuando llegué por primera vez a Nigeria, fue claro el mensaje que recibí de muchos de mis amigos WoDaaBe que habían pasado la mayor parte de su vida en la ciudad: yo necesitaba una casa grande, sirvientes, un cocinero, un jardinero y alguien para limpiar mi pileta. En estas circunstancias, y para todos los involucrados, la “blanquitud” era una categoría dinámica y significativa. Dejando de lado el hecho de que el color de piel era un lujo, el cual solo yo podía permitirme, mi “blancura” no era un signo singular, sino que interactuaba con mi condición de género y etnicidad, puesto que yo provenía de un pequeño y marginal país europeo (Loftsdóttir, 2002; ver también Berg, 2008 para un ejemplo de Malawi).

Las concepciones de blanquitud antes mencionadas están relacionadas a concepciones de proyectos de desarrollo más amplios, si bien en los últimos años son varios los académicos y profesionales que se dedicaron a analizar si los proyectos son o no viables. Frecuentemente, los WoDaaBe identificaban y distinguían los proyectos de desarrollo como la acción de un individuo blanco occidental, actuando de buena fe, provisto de enormes recursos y entregándolos con amabilidad. En general, ellos no se percibían a sí mismos como colaboradores activos en el proceso de desarrollo, sino que enfatizaban la importancia de la amistad con personas “blancas” para así recibir regalos de su parte. Por otro lado, también descubrí que esta personalización estaba presente entre aquellos individuos que habían trabajado en grandes proyectos y que mantuvieron interacciones directas con especialistas de desarrollo. En mi experiencia, por lo tanto, las personas no apelaban a la racialización del paisaje de desarrollo de forma crítica, sino que la interpretaban como el orden natural de las cosas.

Conclusión

En este trabajo mi objetivo es alentar un pensamiento más cuidadoso sobre la raza y la racialización en relación al campo del desarrollo internacional. Es decir, ¿de qué modo la forma en que se estructuran las relaciones en el universo del socorro estimulan un cierto tipo de cartografía racial? Asimismo, necesitamos investigar cuando sucede lo opuesto, a saber, cuando el desarrollo internacional deconstruye viejas nociones racializadas y el tipo de relaciones que enfaticé en este trabajo.

Al igual que sucede con otros “paisajes”, el “paisaje de desarrollo” adopta diferentes formas y texturas dentro de los diversos ambientes locales. Por supuesto que el paisaje de desarrollo no es solo el de los occidentales o el de los ex gobernantes de las colonias ayudando a las antiguas colonias. Esto queda hoy especialmente en evidencia cuando vemos cómo China está modificando el modo de hacer desarrollo. No obstante, un factor importante a tener en cuenta es que el flujo de “dinero del desarrollo” continúa circulando de personas vistas como civilizadas y blancas a aquellas percibidas como incivilizadas y oscuras. Como sostiene Robert Vitalis (2000: 336), en su crítica acerca de cómo el campo de las relaciones internacionales ha ignorado la racialización en sus debates, es necesario escribir en contra de la práctica normalizada de la ciencia política que deja al racismo de lado.

Con esto no estoy de ninguna manera sosteniendo que aquellos en terreno, occidentales ejecutando o implementando programas de desarrollo en los así llamados países en vías de desarrollo– estén voluntariamente contribuyendo a la racialización aquí indagada. Para algunos, el poder asociado con su propia “blanquitud” es probablemente invisible y normal, mientras que para otros esta categorización es problemática e incluso preocupante. Mi experiencia en Nigeria sugirió que muchos individuos occidentales trabajando en la industria de la ayuda, estaban profundamente frustrados con su categorización como “blancos” y con el hecho de que, frecuentemente, los nigerianos percibieran y entendieran la “blanquitud” como una categoría asociada a una infinita riqueza y prosperidad.

Y es aquí que las ideas de Edward Bruner (2005) se tornan útiles para nuestro análisis. En su estudio sobre el turismo en África Occidental el autor señala que turistas y “nativos” quedan atrapados en ciertos guiones redactados por el discurso del turismo internacional –que enreda a ambos grupos–, y del cual resulta difícil escapar. Como señala el propio Bruner, “ambos están posicionados por ese discurso y tienen designado un espacio dentro del mismo” (Ibíd.: 70). Esto no significa que esta configuración racializada del desarrollo no pueda ser manipulada o transgredida por diferentes agentes de diferentes lugares del mundo. Pero esta analogía capta el modo en que el racismo del pasado y su legado continúan siendo perceptibles en un mundo desigual, y el modo, además, en que sigue enredando o atrapando a individuos a través de estructuras de desarrollo al mismo tiempo que crea una plataforma de relaciones entre quienes participan de este universo.

Referencias Bibliográficas

Ref. 1. Una imagen de un folleto publicitario titulado Diez cosas que nunca supiste sobre el Banco Mundial, publicado por el Banco Mundial en el año 2003. Si bien nada se dice sobre los WoDaaBe, la fotografía de un hombre es utilizada para ilustrar los objetivos y las políticas del Banco Mundial.

Ref. 2. Este folleto presenta una publicidad de Islandia para el Body Shop y sugiere que comprando ciertos cosméticos tanto “tu” piel como las productoras namibienses de nueces –utilizadas para producir el cosmético– se beneficiarán. Los dibujos parecen insinuar que al tomar un baño relajante y usar estos productos “tu” puedes realmente ayudar a personas de países lejanos.

Ref. 3. Parte de las ganancias de la venta de estos pasteles fue para apoyar una organización no gubernamental de Islandia centrada en niños de países en desarrollo.

Ref. 4. Mi hija Alexía realmente quería un pastel y se lo compré para fotografiarlo como un ejemplo de las representaciones visuales del desarrollo internacional en Islandia.

Ref. 5. Jóvenes hombres WoDaaBe descansando luego de pastorear el ganado en el monte.

Ref.6. Niño WoDaaBe observando las representaciones de danza por las cuales los WoDaaBe son conocidos en muchos países occidentales

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