Naturaleza a explotar, conservar y proteger: un planteo sobre las percepciones desde la investigación social cualitativa

Ignacio Pellón Ferreyra

Universidad Nacional de Rafaela

Argentina

pellonignacio@gmail.com

https://orcid.org/0000-0003-2323-9308

Nature to exploit, conserve and protect: a proposal on perceptions from qualitative social research

Abstract

From a qualitative social approach, we seek to de-naturalize visions, relationships and practices, de-familiarizing the "natural" (neutral for some) position of those we investigate. To this end, we organize this article in three sections. In the first, we trace a relationship between extractivism and capitalism, models of nature conservation and protectionist activism. In the second, we underline the importance of interdisciplinarity and of problematizing the perceptions involved in the research, taking up key contributions from qualitative social studies on bodies and emotions. Finally, in the third section we recover a series of obstructions, tensions and considerations in order to update practices and perceptions for research/intervention committed to nature as a whole and concerned with communitarian and "civilized" ways of inhabiting, using and signifying it.

Keywords

Extractivism, conservationism, protectionism, social perceptions, qualitative social research.

Natureza para explorar, conservar e proteger: uma proposta sobre percepções da pesquisa social qualitativa

resumo

A partir de uma abordagem social qualitativa interdisciplinar, procuramos desnaturalizar visões, relações e práticas, desfamiliarizando a posição "natural" (neutra para alguns) daqueles que pesquisamos. Para tal, organizamos este artigo em três secções. Na primeira, traçamos uma relação entre o extractivismo e o capitalismo, os modelos de conservação da natureza e o activismo proteccionista. Na segunda, sublinhamos a importância da interdisciplinaridade e da problematização das percepções envolvidas na investigação, recorrendo a contributos fundamentais dos estudos sociais qualitativos sobre corpos e emoções. Finalmente, na terceira secção, recuperamos uma série de obstruções, tensões e considerações para a actualização de práticas e percepções para uma investigação/intervenção comprometida com a natureza como um todo e preocupada com formas comunitárias e "civilizadas" de a habitar, usar e significar.

palavras-chave

Extractivismo, conservacionismo, proteccionismo, percepções sociais, investigação social qualitativa.

FECHA DE RECIBIDO 03/06/2023

FECHA DE ACEPTADO 11/09/2023

COMO CITAR ESTE ARTICULO

Pellón Ferreyra, I. (2023) Naturaleza a explotar, conservar y proteger: un planteo sobre las percepciones desde la investigación social cualitativa. Revista de la Escuela de Antropología, XXXIII, pp. 1-20. DOI 10.35305/rea.viXXXIII.253

Resumen

Desde un enfoque social cualitativo, buscamos des-naturalizar visiones, relaciones y prácticas con intención de des-familiarizar la posición “natural” (neutral para algunos) de quienes investigamos. Para ello, organizamos este artículo en tres apartados. En el primero trazamos una relación entre extractivismo y capitalismo, modelos de conservación de la naturaleza y activismo proteccionista de animales no-humanos. En el segundo, subrayamos la importancia de la interdisciplina y de problematizar las percepciones involucradas en la investigación, retomando aportes clave de los estudios sociales cualitativos sobre cuerpos y emociones. Por último, en el tercer apartado recuperamos exponemos una serie de obstrucciones, tensiones y consideraciones en pos de actualizar prácticas y percepciones para la investigación/intervención comprometida con la naturaleza toda y preocupada por las formas comunitarias y “civilizadas” de habitarla, usarla y significarla.

Palabras Clave

Extractivismo, conservacionismo, proteccionismo, percepciones sociales, investigación social cualitativa.

Introducción

En las Ciencias Sociales cualitativas plantear un problema se asemeja a plantar un vegetal, a meterlo en tierra, dándole raíz y fundamento (Scribano, 2008). Plantar(se) también significa ponerse de pie, detenerse obstinadamente, posicionarse. A partir de estos gestos, en este artículo planteamos una discusión acerca de las percepciones sociales involucradas en los procesos extractivistas y en los modelos de conservación-protección de la naturaleza no-humana. Desde un enfoque social cualitativo, buscamos des-naturalizar visiones, relaciones y prácticas con el objetivo de des-familiarizar la posición “natural” (neutral para algunos) de quienes investigamos; como un gesto crítico hacia los principios clasificatorios básicos del campo académico-científico.

Como punto de partida, tomamos separaciones analíticas de esa totalidad organizada que son los cuerpos/emociones para problematizar la relación entre percepciones sociales, energías corporales y extractivismo desde los estudios de las sensibilidades sociales del sur global. En un plano, las percepciones forman parte de un proceso de actividades situadas, con dinámicas de diferenciación que operan “al borde” del constructivismo, siendo un momento cognitivo-afectivo clave para explicar la in-corporación de lo social-ambiental (D’hers, 2019). De manera complementaria, las disponibilidades y disposiciones “naturales” y “espirituales” hacia el capitalismo contemporáneo son condición, consecuencia y proceso de múltiples materialidades históricas (e ideológicas) que actualizan la relación entre cuerpos, trabajo y capitalismo (Lisdero, 2011).

Desde tal posicionamiento, reparamos en una pregunta elemental que suele estar ausente en los diseños de investigación: “¿Cuál es el origen de mi visión sobre el fenómeno?” (Scribano, 2008:7). La búsqueda de una respuesta posible implica visibilizar y exponer la carga teórica de la percepción involucrada. Para ensayar tal exposición, organizamos este artículo en tres apartados. En el primero trazamos una relación entre extractivismo y capitalismo, modelos de conservación de la naturaleza y activismo proteccionista. En el segundo apartado, subrayamos la importancia de la interdisciplina y de problematizar las percepciones involucradas en la investigación, retomando aportes clave de los estudios sociales cualitativos sobre cuerpos y emociones.

El tercer y último apartado recuperamos lo anterior para exponer una serie de obstrucciones, tensiones y consideraciones en pos de actualizar prácticas y percepciones para la investigación/intervención comprometida con la naturaleza toda y preocupada por las formas comunitarias y “civilizadas” de habitarla, usarla y significarla. Como objetivo general de esta comunicación buscamos continuar con la problematización del rol de las percepciones sociales, a partir de sostener que aquello que vemos/no vemos (y cómo lo vemos) desde las Ciencias Sociales forma parte de los procesos (re-)productivos del capital globalizado (Lisdero y Pellón Ferreyra, 2022).

Por lo tanto, invitamos considerar que los modelos de conservación de la naturaleza (Ferrero, 2018), la organización del activismo animalista (Méndez, 2020) y las manifestaciones de la violencia extractivista (Machado Aráoz, 2021) en Argentina y la región no solo guardan relación entre sí sino que, a su modo, forman parte de un mismo proceso que re-produce el histórico flujo centro-periferia. Así, las transferencias de valor del mundo subdesarrollado (periferia) hacia el mundo desarrollado (centro) son un componente clave de los procesos de acumulación a escala global (Machado Aráoz, 2021). Como veremos a continuación, estos mecanismos pueden ubicarse en la historia del capitalismo, pero también en lo contemporáneo y en sus proyecciones a futuro.

Extractivismo, modelos de conservación y activismo proteccionista

Para empezar con el recorrido propuesto, podemos acordar que la reproducción del capital requiere de determinadas condiciones de producción que posibiliten el desarrollo de sus procesos de valorización y acumulación. Entre la multiplicidad de cosas eminentemente naturales y sociales que son tratadas como mercancías encontramos la tierra, el trabajo y hasta las propias formas de relación y asociación entre seres humanos y no-humanos. Como primer supuesto, entonces, consideramos que los “nuevos movimientos sociales” también forman parte de las condiciones de producción, siendo articuladores entre los flujos de capital y sus procesos de acumulación, crisis, competencia, etcétera (O’Connor, 1991).

En la historia política, personas y grupos sociales se movilizan por intereses económicos, civiles-comuntarios y sentimentales; es decir, por lo que sienten que es moralmente correcto (Jasper, 1999). Ya sea obstaculizando, promoviendo, facilitando o “desestimando”, el accionar colectivo influye en la regulación-producción de las condiciones requeridas por el capital desde un posicionamiento siempre político (O’Connor, 1991). En los albores del siglo XX, Rosa Luxemburgo advertía claramente que la acumulación primitiva del capital continuaba su proceso de mercantilización sobre tierras, minerales, vegetales y animales de las nuevas colonias, y destruía sistemáticamente las formaciones sociales que se oponían a esta apropiación (Machado Aráoz, 2013).

La conquista y colonización de América posibilitó la estructuración del capitalismo como una economía-mundo, mientras que la ambición eurocéntrica impulsó una política de diferenciación, clasificación y jerarquización que determinó que los bienes comunes sean sobre-explotados en las colonias. Desde entonces, y en términos generales, el extractivismo puede reconocerse por la presencia de dos elementos básicos: a) la sobre-explotación que evidencia economías ecológicamente insostenibles; b) la orientación exógena o exportadora que devela la dependencia macroeconómica estructural del proceso. La llamada “Ilustración europea” tuvo lugar en ese marco geopolítico y socioeconómico, y produjo las nociones básicas de lo que, aún hoy, entendemos por “naturaleza”: una entidad externa, plena, abundante y fecunda dispuesta a satisfacer las necesidades materiales y espirituales de “El Hombre” (Machado Aráoz, 2013).

Si bien las percepciones utilitaristas de la naturaleza ya estaban presentes en el antiguo pensamiento griego y en la tradición judeo-cristiana, a partir del siglo XIX fue consolidándose una valoración de la naturaleza como recurso para el progreso civilizatorio. La exploración, el conocimiento y la explotación de “lo natural” quedó subordinada ante los intereses políticos-económicos del imperialismo eurocéntrico. Con la razón y la técnica moderna se configuró una mirada dicotómica del mundo en donde la naturaleza estaba separada y opuesta a la humanidad; por eso mismo, había que dominarla (Castro, 2011).

Para el siglo XIX, las condiciones de producción requirieron que el Estado implementara nuevos modos de intervención, con formas más “sutiles” de represión y despojo. La inferioridad de la naturaleza y “los naturales” pasó a justificar su dominación tanto como su protección, domesticación y cuidado.1 En el ámbito urbano, la creciente contaminación y degradación ambiental dio lugar al surgimiento de un movimiento higienista que reconoció la interrelación entre sociedades humanas y ambientes naturales (Pierri, 2005). Fue entonces cuando irrumpieron las primeras políticas higienistas nacionales, nuevas teorizaciones acerca de sujetos sociales “problemáticos” y las fundaciones proteccionistas de animales. En ese contexto, en 1879, Domingo F. Sarmiento fundó la Sociedad Argentina para la Protección de Animales (SAPA) (Pellón Ferreyra, 2022).2

En el ámbito no-urbano, una corriente preservacionista emergió con fuerzas en Estados Unidos de Norteamérica (EUA). La creación de Parques Nacionales prometía una alternativa para conservar porciones de naturaleza, salvándola de los efectos destructivos del desarrollo agrícola-ganadero, industrial y urbano. En este “modelo clásico” la naturaleza sería “salvada” separándola de las comunidades humanas, para lo cual sería necesaria la intervención del Estado (Ferrero, 2018).

Durante la “Restauración Oligárquica” (1930-1943), el Estado argentino tomó una actitud salvacionista hacia ciertos paisajes naturales representativos de la identidad nacional que aportaran a consolidar la soberanía en zonas fronterizas. Los Parques Nacionales Iguazú y Nahuel Huapi, fundados en 1934, reunieron condiciones extraordinarias por su belleza paisajística y por ser colindantes con Brasil y Chile, respectivamente. Estas porciones de naturaleza sublime debían resguardarse por interés geopolítico, científico y para uso y goce de la población nacional (Ferrero, 2018).

Dos décadas después, en 1954, se sancionó la Ley N°14.346 para regular los Malos tratos y actos de crueldad a los animales, pionera a nivel latinoamericano por su carácter penal.3 Tras la Segunda Guerra Mundial, las asociaciones anglosajonas proteccionistas y antiviviseccionistas superaron sus antagonismos decimonónicos y fueron encontrando percepciones y valoraciones más próximas (Jasper, 1999). En ese sentido, con la publicación de Animal Machines: The New Factory Farming Industry, en 1964, Ruth Harrison abrió la discusión sobre ética y bienestar animal en el modelo productivo agrícola-ganadero e industrial.

Las percepciones del conservacionismo naturalista fueron retomadas desde la “estética de la conservación” y la “bioética”, ello sentó las bases para teorías que en la década de 1970 comenzaron a recomendar el estancamiento económico y demográfico. Sobre los mismos principios antropocéntricos y desarrollistas, autores próximos a la economía neoclásica y keynesiana promovieron el crecimiento económico con márgenes de conservación. Distanciándose del conservacionismo ecológico y el ambientalismo moderado emergió la corriente humanística crítica, enraizada en las tradiciones socialistas, marxistas y anarquistas (Pierri, 2005). En ese contexto, Françoise d’Eaubonne explicitó una percepción ecofeminista, entendiendo a la lucha anti-patriarcal como vía para la revolución ecológica (D’hers, 2020).

Al calor del movimiento tercermundista, con especial preocupación por los grupos sociales más empobrecidos y las economías dependientes, se forjó el concepto de ecodesarrollo. La necesidad de un cambio social radical que priorice las condiciones de vida de la mayoría es su supuesto central. Dentro de esta corriente conviven hasta hoy, al menos, dos visiones. La perspectiva más anarquista busca la expansión de la vida y los valores comunitarios desde la ecología social y el ecologismo de los pobres, reconsidera prácticas culturales, saberes tradicionales y minimiza la injerencia del mercado y el Estado. La perspectiva más marxista, por su parte, enfatiza que la problemática ambiental es intrínseca a la forma de organización social del trabajo. Los requerimientos del capital son la variable que determina qué recursos explotar, de qué forma y a qué ritmo. Por lo tanto, la propiedad social de los medios de producción naturales y artificiales será la base del cambio social-ambiental (O’Connor, 1991; Pierri, 2005).

Más allá de toda discusión, la dinámica extractivista se aceleró durante el siglo XX y XXI, con una demanda externa que incrementó la presión sobre los bienes comunes latinoamericanos: “la extracción de materiales en la región pasó de 2100 millones de toneladas en 1970 a 7700 millones de toneladas en 2008; con lo cual, la proporción mundial del consumo de materiales de la región pasó de 8,5% al 10,9%” (PNMUA, en Machado Aráoz, 2021: 75). El modelo de producción basado en la naturaleza “barata” se fue agotando, al igual que gran parte de las “reservas naturales”, y dejó a infinidad de seres y materiales al borde de su fin definitivo (Haraway, 2016; Moore, 2021). El proceso de reestructuración del capital a nivel planetario y la acelerada mercantilización de la naturaleza renovó el interés por planteos éticos como los de Harrison y otros de gran difusión, como los de Peter Singer en Animal Liberation (1975) y Tom Regan en The Case for Animal Rights, publicados en 1975 y 1983, respectivamente (Pellón Ferreyra, 2022).

En las últimas tres décadas, los movimientos conservacionistas, proteccionistas y animalistas se multiplicaron y radicalizaron. Diversas organizaciones han ganado visibilidad en las principales ciudades argentinas y latinoamericanas, tomado la noción de especísmo4 y re-elaborado las identidades colectivas en torno a tres corrientes: liberacionista-utilitarista, bienestarista y abolicionista (Méndez, 2020).5 En ese “nuevo” entramado, el Congreso de la Nación creó, en 2020, el Instituto Nacional de Protección y Bienestar Animal, como ente autárquico del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable. Por otra parte, el Sistema Federal de Áreas Protegidas cuenta con 539 sitios que abarcan el 15,9% del territorio nacional continental. Estas estrategias de conservación fueron incluyendo el trabajo con poblaciones humanas, la aplicación de proyectos de desarrollo y la difusión de programas de educación ambiental (Ferrero, 2018).

Con el desarrollo sustentable institucionalizado como desafío global, el desequilibrio entre las dinámicas ecológicas, económicas y sociales se presenta como problema técnico a resolverse (por la vía neoliberal o neoestatista) ante un objetivo perenne: el crecimiento económico y la expansión del mercado (Pierri, 2005). Por lo tanto, resulta notable que cuando la crisis ecológica-civilizatoria se visibiliza en términos políticos, generalmente lo hace como dispositivo del “ecocapitalismo tecnocrático”, y refuerza al extractivismo como patrón organizador de estructuras desiguales (Machado Aráoz, 2013). Estas nuevas formas de colonización del paisaje biofísico y humano producen nuevas institucionalidades, identidades y subjetividades (Ferrero, 2018).

A primera vista, los modelos participativos de conservación y los “nuevos activismos” referenciados (re-)producen las condiciones de producción capitalistas, al tiempo que cambian también las reglas y repertorios de la acción colectiva así como sus procesos de elaboración de resistencias, refugios y formas de vida en/con la naturaleza.6 A través de este breve repaso cronológico, la violencia extractivista puede apreciarse como un vínculo orgánico-ecológico mediante el cual las economías (neo)coloniales proveen los “recursos naturales” requeridos para la acumulación del capital a escala global (Machado Aráoz, 2021).

En pos de buscar formas otras de ver-mirar-comprender estos fenómenos (extractivismo, conservacionismo, proteccionismo) desde las ciencias sociales, en la siguiente sección problematizamos las percepciones sociales involucradas en estas construcciones teóricas, materiales y sociales, desde un enfoque cualitativo abierto hacia lo interdisciplinario.

Investigación social cualitativa: la problematización de las percepciones sociales

Desde la investigación social cualitativa podemos considerar que la naturaleza/sociedad y los procesos productivos del capital operan como sistemas complejos que merecen ser estudiados como totalidades organizadas. Frente a la multiplicidad de procesos que confluyen en una estructura de interrelaciones que podríamos denominar “problemática ambiental”, la investigación interdisciplinaria ofrece una vía para estudiar un sistema complejo, enfrentando el desafío de analizar la dinámica dialéctica que emana de una doble direccionalidad de los procesos: a) el reconocimiento de las propiedades del sistema (vulnerabilidad, resiliencia, estabilidad), y; b) la caracterización de la evolución del mismo (con dinámicas variables y escalas temporales propias de cada componente o subsistema) (García, 1994).

En el ámbito interdisciplinario de los estudios ambientales, la percepción social resulta empíricamente mensurable, en tanto que arroja datos acerca del modo en el que las personas entienden el medio natural y sus transformaciones. Por eso, la percepción social es un componente cognitivo/emocional de creciente relevancia al analizar los procesos de cambio. Diversos autores sostienen que entre el acto de percepción y el estímulo físico-químico operan sensaciones imbricadas en experiencias, pautas culturales e ideologías.7 Algunos, entienden que el conocimiento derivado de la experiencia es un factor determinante del comportamiento. Otras, interpretan que la construcción socio-cultural de las percepciones cumple una función mayormente adaptativa. En todos los casos, la propia estructura humana (corporal e histórica) delimita los actos de percepción que siempre serán parciales, condicionados y condicionantes de las conceptualizaciones derivadas (Murgida, 2012).8

Hacia 1970, Theodore Kemper, Arlie Hochschild y Thomas Scheff forjarían, propiamente, un estudio sociológico de las emociones. Dicho de manera muy sintética (y recortada), Kemper advirtió que la naturaleza de las emociones está condicionada por la naturaleza de la situación social; Hochschild, reconoció que las normas sociales determinan las emociones y que estas ocupan gran parte de los procesos reflexivos “íntimos”; mientras que Scheff, sostuvo que vergüenza y orgullo son emociones que expresan la naturaleza y el estado de toda relación social y forjan vínculos constitutivos (Bericat Alastuey, 2000).

Años después, Bryan Turner publicó El cuerpo y la sociedad. Exploraciones en teoría social (1989), mientras que David Le Breton hizo lo suyo con Antropología del cuerpo y modernidad (1995) y Sociología del cuerpo (2002). Estudios feministas y de género profundizaron los procesos de in-corporación de “lo cultural”, a partir de los trabajos de Witting, Rich, Butler, Haraway y Harding, entre otras (Oneliaga y Lucio, 2022). En ese marco, la sociología de los cuerpos/emociones parte de un rechazo a la separación tajante/aporética entre una sociología de los cuerpos y otra de las emociones, siendo el cerebro “el punto que sostiene la barra”: cuerpo/cerebro/emociones (Scribano, 2012: 97).9

Percepciones, sensaciones y emociones constituyen un trípode que permite entender dónde se fundan las sensibilidades. Los agentes sociales conocen el mundo a través de sus cuerpos. Por esta vía un conjunto de impresiones impactan en las formas de “intercambio” con el con-texto socioambiental. Dichas impresiones de objetos, fenómenos, procesos y otros agentes estructuran las percepciones que los sujetos acumulan y reproducen. Una percepción desde esta perspectiva constituye un modo naturalizado de organizar el conjunto de impresiones que se dan en un agente (Scribano, 2012: 102).

Según entendemos, los modos naturalizados de percibir (de organizar un conjunto de impresiones) son parte constitutiva de toda visión y problematización académico-científica. Entre el sujeto que observa y el campo de observación median, además, patrones explicativos y de indeterminación. Hacia 1990, el filósofo James Bohman bregaba por una estrategia post-empirista no escéptica sosteniendo que: “la legislación (normatividad) y unidad metodológica debe ser reemplazada por la auto-reflexión sobre la historia y las prácticas explicativas de las Ciencias Sociales” (en Scribano y De Sena, 2009:3). La tradición explicativa de buscar unidad deviene en una lógica de encontrar complejidad; mientras que la idealización de los modelos explicativos queda enfrentada a sus procesos de construcción histórica.

Como rasgo intrínseco de las prácticas sociales, la indeterminación anida en la reflexividad del conocimiento, siendo un rasgo ontológico de la realidad social. A partir de este reconocimiento, la mirada del sujeto investigador es un obstáculo, pero también un recurso y una condición para la comprensión de un campo objetual (Scribano y De Sena, 2009). La investigación social cualitativa reconoce particularmente este rasgo, por tratarse de “... una actividad localizada en cierto lugar y tiempo que sitúa al observador en el mundo. Consiste en una serie de prácticas interpretativas y materiales que hacen al mundo visible” (Denzin y Lincon, 2005:4).

Investigamos al mundo como lo conocemos, y lo conocemos como lo investigamos. Resulta provechoso, pues, posibilitar-sostener la flexibilidad, reflexividad y complejidad dentro del diseño cualitativo, problematizando las percepciones de otros, las propias y las de nos-otros. Las prácticas de investigación dependen de las preguntas hechas y éstas se dan en cierto contexto, dando unidad psicológica, emocional y social de la experiencia interpretativa (Denzin y Lincon, 2005). Esa unidad compleja (o complejidad unida) conforma un bricolaje que bien puede estar hecho de prosas etnográficas, narrativas históricas, testimonios, historias de vida, entrevistas, relatos ficcionales, fragmentos biográficos y autobiográficos, entre otros.

Las propias oclusiones y silenciamientos son el gran desafío epistemológico de quienes investigamos “sociedad” y “naturaleza”. Las energías, las marcas (corporales, subjetivas, identitarias) y las distancias (biofísicas, políticas y sociales) de/entre diversos agentes resultan fundamentales para comprender los procesos de transformación, dominación y emancipación. En ese plano, las escisiones entre objetivo y subjetivo, externo e interno, encuentran su punto de fusión en el cuerpo enactivo: “Nuestra experiencia está amarrada a nuestra estructura en una forma indisoluble. No vemos el espacio del mundo, vivimos nuestro campo visual; no vemos los ‘colores’ del mundo, vivimos nuestro espacio cromático” (Maturana y Varela, en D’hers, 2017:147).

La correspondencia enactiva entre ser, hacer y conocer presenta a la cognición como un sistema complejo de organización autónoma que involucra al cuerpo y al medioambiente, así como también a las trayectorias, experiencias e historias. Las técnicas de indagación cualitativas creativas/expresivas permiten mapear otras relaciones entre imágenes (de sí mismo, de nos-otros y de los-otros/lo Otro), entre corporalidades y sensibilidades. La reflexividad durante acciones y narraciones ofrece un acceso a sensibilidades íntimas, colectivas y sociales que reivindican los conocimientos del agente respecto al propio cuerpo/ambiente. En ese proceso, y como resultado parcial (abierto), la percepción emerge como forma expresiva de una verdad que está siendo transformada (D’hers, 2017).

Al momento de estudiar las sensibilidades sociales que constituyen “percepciones ambientales”, las expresiones artísticas ofrecen datos cualitativos de gran valor (D’hers, 2019). La investigación basada en el arte (McNiff, 2008) surge en el cruce del enfoque científico y con el artístico, y permite ampliar la noción de experiencia: mientras que una tiende a minimizarla, la otra suele enfatizarla. Precisamente, la traducción de las experiencias artísticas al lenguaje escrito o hablado es un desafío y una herramienta pragmática de esta disciplina, y no un criterio de validez.10

Por lo expuesto, los instrumentos cualitativos requieren de una relación intersubjetiva y son una inter-relación en sí mismos (Scribano, 2008). Adoptar una percepción cualitativa no significa despreciar o desconfiar de lo cuantitativo, sino considerar quién, cómo y para qué se construyen esos datos, exponiendo las inter-relaciones involucradas. Así, los datos expuestos en el primer apartado se vinculan con el salto de las exportaciones primarias latinoamericanas, y a la escalada de los asesinatos y crímenes contra “defensores ambientales” (Machado Aráoz, 2021).

En términos materiales, en 2016, las exportaciones netas de la región fueron de 610 millones de toneladas métricas, cuando en 1910 eran “apenas” 4 millones. Una mirada biofísica del comercio exterior, demuestra que la extracción-exportación de minerales y bienes primarios latinoamericanos durante las tres últimas décadas supera las cifras históricas verificables (Infante-Amante et al., 2020). A la par, en 2020, Global Witness reportó 227 crímenes contra personas involucradas en la defensa de sus territorios: 226 habitaban el Sur Global y 75% América Latina (Machado Araóz, 2021:73).11

Nuestras percepciones sociales/académico-científicas integran los procesos de producción de plusvalía ecológica (Machado Aráoz, 2021), de un violento y sistemático flujo de transferencias de activos ecológicos desde las economías-commodities hacia los centros de consumo global y sus parques industriales. De manera intencionada, o no, participamos en las construcciones económicas, biogeorgráficas y políticas del capital en la Era de la Acumulación. En ese sentido, la investigación social de la naturaleza se enfrenta, tensiona y asemeja a un trabajo de frontera (Moore, 2021), a la búsqueda de nuevos modos de apropiación y explotación de cuerpos humanos/no-humanos en zonas donde el sistema capitalista aún no ha sido plenamente incorporado.

Desde un planteo latinoamericanista, lo que no vemos, lo que vemos y cómo lo vemos constituye un eslabón clave en la cadena global de producción de plusvalía ideológica (Lisdero, 2011). Tal es así, que al reconocer que la disputa extractivista se configura también en nuestros cuerpos/emociones, y a escala transglobal, apostamos por un diseño metodológico reflexivo y complejizado, que problematiza las conexiones entre experiencias, sensibilidades y conocimientos de la sociedad (Scribano, 2016).

Consideraciones finales: un planteo problematizador de las percepciones académico-científicas

A modo de cierre del artículo, ofrecemos tres consideraciones para seguir con la problematización del rol de las percepciones sociales en el sistema-mundo del capital. Primero, podemos plantear que los sistemas extractivistas, conservacionistas y proteccionistas manifiestan una “alta vulnerabilidad” ante los intereses defendidos y promovidos desde las economías centrales y sus organismos globales. Segundo, la posición de Argentina y la región como periférica o subdesarrollada (respecto a países y regiones centrales o desarrolladas) es explicativa de la vulnerabilidad aludida y de las disposiciones materiales/sociales para “asimilar” los requerimientos foráneos. En esos procesos y dinámicas, las percepciones sociales resultan fundamentales al momento de naturalizar las condiciones de producción del capital y sus “renovadas” vías de extracción, conservación y protección de la naturaleza.

En tercer orden, las percepciones académico-científicas involucradas en la investigación social son condición y efecto del capitalismo y de su formación histórica mundial. Así, al plantearnos la investigación social de la naturaleza como un trabajo de frontera (sensu Moore), exponemos la vulnerabilidad del campo académico-científico ante los requerimientos extractivistas-conservacionistas-proteccionistas del capital y sus “nuevas” instituciones. Por su parte, un abordaje latinoamericanista/del sur manifiesta la intensificación de procesos globales, con inscripciones y consecuencias diferenciadas/ables, según momentos y lugares. Las percepciones de clase, género, “raza” y especie resultan provechosas para describir quienes se apropian desigualmente de las energías y los bienes comunes; pudiendo reconocer quienes gestionan esos flujos de despojo-explotación cediendo, o no, márgenes de participación, conservación y protección.

Desde un planteo cualitativo, ensayamos una percepción social que recurre a datos cuantitativos y a producciones interdisciplinarias para darles un plus de sentido -no términos de “mayor” o “mejor”, sino en el sentido de agregarle, desviarlo, re-interpretarlo, difractarlo (sensu Haraway)-. A modo de gesto (auto-)crítico, evidenciamos las posiciones, condiciones y disposiciones desde las cuales se elaboran teorías, metodologías y epistemologías sociales. De tal manera, los hitos referenciados en el primer apartado expresan parte de las percepciones sociales de las élites y “clases medias” urbanas en países industrializados, tanto en sus versiones clásicas (decimonónicas) como neoliberales (inauguradas hacia 1970).

La narrativa del artículo también evidencia (por ausencia) todo lo que “no entra” o no es prioritario dentro de la estructura experiencial, el campo visual y el espacio cromático de quien interpreta esta visión/versión de la realidad social.12 Como común denominador de estas percepciones sesgadas, la naturaleza toda perdura como “recurso” o “fuente de valor”, a través de diversos usos humanos con fines económicos, científicos y de poder, paisajísticos, patrióticos y soberanos, de amor, compañía y “libertad”. Por eso mismo, en el sistema académico-científico apremia la elaboración de planteos para la elaboración de “garantías colectivas” que nos permitan reflexionar acerca de nuestra función como mera polea de transmisión del “renovado espíritu del capitalismo verde” (Lisdero y Pellón Ferreyra, 2022).13

Por último, proponemos que la percepción social es una condición/disposición, una práctica, un proceso y una fuerza que convoca a formas de separación, clasificación, jerarquización, delimitación y unificación. Así, podemos estudiar las relaciones con la naturaleza considerando “variables” de clase, género, edad, “raza” y especie, a modo de control metodológico-epistemológico y de complejización sistémica del proceso de conocimiento. En esa línea, entre otras cuestiones, merece profundizarse la correlación entre el sentimiento de arraigo de grupos humanos (“no-tan-civilizados” o “no-tan-humanos”) con sus tierras y animales, y las posibilidades de ser despojados efectiva y afectivamente de ellos, aumentando las probabilidades de ser reprimidos, criminalizados y asesinados en caso de explicitar una actitud defensiva, de rechazo o resistencia (D’hers, 2019; Machado Aráoz, 2021; Pellón Ferreyra, 2022).14

Referencias Bibliográficas


1 A nivel general, los cuerpos indios, negros, gauchos y mestizos eran percibidos como “naturales” y/o “salvajes”, reforzando esas imputaciones hacia los cuerpos femenizados, entendiendo que “ser mujer” encerraba cualidades y sensibilidades “más naturales” (D’hers, 2020).

2 La SAPA introdujo acciones y percepciones de la Society of Preventión of Cruelty to Animals (SPCA, fundada en Londres en 1824, luego reconocida por la Corona Británica como “Royal SPCA”) y la “American SPCA” (con sede en Nueva York desde 1866) (Jasper, 1999). Dichas entidades tenían por objeto perseguir los casos de crueldad contra los animales, con especial interés en las prácticas de los conductores de carros a caballo (un medio de movilidad urbano clave en aquella época) (Pellón Ferreyra, 2022).

3 La misma se popularizó como Ley Sarmiento porque recuperaba el espíritu de la SAPA y la letra de la Ley Nacional de Protección a los Animales N°2.786, sancionada por el Senado y la Cámara de Diputados en 1891 (MHS, 2023).

4 El especismo refiere a “un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras” (Singer, en Méndez, 2020).

5 En los últimos años, en la región “se han producido importantes cambios respecto a la calificación jurídica de los animales no humanos, con fórmulas como seres vivos dotados de sensibilidad o seres sintientes. No obstante, estos cambios no tienen un reflejo significativo en la protección legal recibida por los animales” (EA, 2023).

6 Por un lado, los modelos de conservación (Ferrero, 2018) guardan relación las visiones de organismos internacionales como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, fundada en 1948 y con sede en Gland, Suiza) y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, que desde 1961 mantiene su sede central en la mencionada ciudad suiza). Por otro lado, el activismo animalista en países como Argentina, Chile y Brasil (Méndez, 2020) muestra un particular vínculo con organizaciones como la Fundación Franz Weber (fundada en Suiza en 1975), Asociación Animalista Libera! (Barcelona, 2004) o Igualdad Animal (Madrid, 2006).

7 Al respecto, D’hers (2017) recupera las nociones de esquemas de imágenes (como metáforas para entender el mundo, según Lakoff y Johnson), esquemas de percepción y acción (que organizan y sitúan el entorno, al decir de Bourdieu), filtros perceptivos (que, para Merleau-Ponty, operaban entre la conciencia perceptiva y constituyente y la percepción burguesa) y experiencias encarnadas (según Lowe, éstas cargaban las percepciones de experiencias pasadas y tenían la plasticidad cultural suficiente para parcializar-discriminar la totalidad del ambiente percibido, de manera consciente e inconsciente).

8 A partir de Bourdieu sabemos que hay un sistema de disposiciones corporales durables y transferibles, que intervienen en la percepción y en la racionalidad del conocimiento práctico. Por Piaget entendemos que los esquemas, estructuras y organizaciones que componen el sistema cognitivo humano están en permanente desarrollo (Murgida, 2012).

9 “Parafraseando a Alberto Melucci, el cerebro es el órgano más ‘social’ de los cuerpos y el límite más ‘natural’ de las emociones” (Scribano, 2012: 97).

10 Si bien, hablar es una forma de pensar el mundo y de conocerlo, “el texto original es la propia percepción” (Merleau-Ponty, en McNiff, 2008: 12).

11 Organización civil fundada en Londres, en 1993, para dar seguimiento la violencia socioambiental y que, actualmente, señala en su portada web: “Our goal is a more sustainable, just and equal planet. We want forests and biodiversity to thrive, fossil fuels to stay in the ground and corporations to prioritise the interests of people and the planet” (GW, 2023).

12 A fin de “ahorrarnos” (aquí/ahora) una exposición auto-etnográfica, este artículo se inscribe en una línea de investigación/intervención en torno a sensibilidades sociales y trabajadores cirujas-recicladores. Estas inter-relaciones están interpretadas en un sinnúmero de producciones artísticas, pudiendo mencionar canciones populares (El ciruja, Francisco Alfredo Marino y Ernesto de la Cruz, 1926; Cartonero, A77aque, 2007, también en formato videoclip), obras literarias (Quarto de despejo, de la inigualable Carolina María de Jesús, 1960; In the country of last things, Paul Auster, 1987; Basura, Sylvia Aguilar Zéleny, 2018) y cinematográficas (Brutti, sporchi e cattivi, Ettore Scola, 1976; La isla de las flores, Jorge Furtado, 1989; Los espigadores y la espigadora, Agnès Varda, 2000); Yatasto, Hermes Paralluelo, 1975; Carrero, 2020, Fiona Lena Brown y Germán Basso).

13 En el proceso de “enverdecimiento” del capitalismo podemos referenciar la llamada “Revolución verde”, caracterizada por el salto en la productividad agrícola estadounidense entre 1960-1980; el auge de “Los Verdes”, partido político alemán que tuvo su auge en la década de 1980; hasta llegar a la “Agenda XXI” aprobada por Naciones Unidas (Río de Janeiro, 1992), donde “lo verde” quedó circunscripto a una nueva estrategia industrial para mejorar la rentabilidad y la competitividad empresarial (Pierri, 2005).

14 En esa línea resulta notable que mientras el activismo animalista (proteccionista-liberacionista) de animales no-humanos gana terreno en las principales ciudades argentinas y latinoamericanas (Méndez, 2020), se multiplican las políticas que criminalizan, estigmatizan y despojan a las comunidades de carreros (personas que viven y trabajan con equinos) (Pellón Ferreyra, 2022) mientras que, por ejemplo, la exportación de equinos argentinos (en forma de carne, genética y energía viva) perdura como un negocio tan multimillonario como concentrado.

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