Irrumpir en la continuidad: desafíos espacio-temporales en las prácticas culturales de una pequeña ciudad bonaerense

Valeria Ré

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad Nacional de Avellaneda

Argentina

vre@undav.edu.ar

http://orcid.org/0000-0002-9059-1814

Burst in Continuity: Spatio-temporal Challenges in the Cultural Practices of a Small City in Buenos Aires Province

Abstract

This article proposes a theoretical key to explore temporalities in the cultural processes of a non-metropolitan city. From a qualitative and ethnographic approach, it examines the spatial and temporal markers expressed in the cultural and artistic practices of a small-scale city in the northwest of Buenos Aires Province during the period 2019-2023. The findings reveal interconnections among space, time, and culture, organized around the cultural production of personal and institutional trajectories, which explain the principles of continuity, stability, and stillness typically associated with such territories.

Keywords

Local cultures, small town, trajectories, temporalities

Quebrar a Continuidade: Desafios Espaço-Temporais nas Práticas Culturais de uma Pequena Cidade da Província de Buenos Aires

resumo

O artigo tenta uma chave teórica para pensar as temporalidades nos processos culturais de uma cidade não metropolitana. A partir de uma abordagem qualitativa e etnográfica, trabalha as marcas espaciais e temporais que se expressam nas práticas culturais e artísticas localizadas em uma cidade de pequeno porte no noroeste da província de Buenos Aires durante o período 2019-2023. Os resultados mostram articulações entre espaço, tempo e cultura, organizadas em torno da produção cultural de trajetórias pessoais e institucionais, que explicam os princípios de continuidade, estabilidade e quietude com que habitualmente se caracterizam este tipo de territórios.

palavras-chave

Culturas locais, cidade pequena, trajetórias, temporalidades

FECHA DE RECIBIDO 04/06/2024

FECHA DE ACEPTADO 20/11/2024

COMO CITAR ESTE ARTICULO

Ré, V. (2024) Irrumpir en la continuidad: desafíos espacio-temporales en las prácticas culturales de una pequeña ciudad bonaerense. Revista de la Escuela de Antropología, XXXV, pp. 1-27. DOI 10.35305/rea.XXXV.279

Resumen

El artículo ensaya una llave teórica para pensar las temporalidades en los procesos culturales de una ciudad no metropolitana. Desde un abordaje cualitativo y etnográfico, trabaja sobre las marcas espaciales y temporales que se expresan en las prácticas culturales y artísticas situadas en una ciudad de pequeña escala del noroeste de la provincia de Buenos Aires durante el período 2019-2023. Los resultados muestran articulaciones entre espacio, tiempo y cultura, organizadas alrededor de la producción cultural de trayectorias personales e institucionales, que explican los principios de continuidad, estabilidad y quietud con las que se suelen caracterizar este tipo de territorios.

Palabras Clave

Culturas locales, pequeña ciudad, trayectorias, temporalidades

Agradecimientos

Agradezco el apoyo de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) a través de su línea de financiamiento UNDAVCYT y al equipo que me acompaña, conformado por estudiantes de la carrera de Gestión Cultural (UNDAV) Emilia Crechet, Sofía Franco, Belén Saralegui, Santiago Reich, Valeria Cardelle y Martín Vergara, con quienes estamos trabajando sobre los procesos culturales en las pequeñas ciudades no metropolitanas y periféricas. Asimismo, mencionar al Observatorio de Ciudadanía Cultural de la UNDAV, coordinado por la Dra. Laura Ferreño que funciona como un laboratorio de experiencias de investigación que nos brinda mucha libertad de trabajo. Por otra parte, un especial agradecimiento al Dr. Gabriel Noel que ha sabido en el último tiempo orientar, a través de su experiencia y lectura, mi carrera en la investigación social.

Tiempo, espacio y cultura en la ciudad pequeña

Este artículo busca hallar una llave teórica que nos permita pensar los procesos que sostienen una percepción de continuidad y estabilidad del campo cultural, en el marco de un contexto local de ampliación y heterogeneización social en una ciudad de pequeña escala. En el camino, ensaya la posibilidad de articular nociones situadas de espacio, tiempo y cultura, como una entrada novedosa y compleja que permita caracterizar, desde otro enfoque, las prácticas culturales y artísticas en el ámbito urbano no metropolitano y periférico.

Nuestra investigación se centra en la ciudad pequeña no metropolitana y periférica (Blanc, 2016, 2015; Capel, 2009, Gravano, Silva, Boggi, 2016; Greene y de Abrantes, 2021, 2018; Noel, 2016), la cual asumimos conforma espacios sociales dinámicos, configurados sobre constantes negociaciones que juegan y tensan aquello que se mantiene “estable” con lo que se pone en movimiento o cambia. En específico, en este caso perseguimos una pregunta centrada en las marcas temporales que surgen de las prácticas culturales locales, como alternativa de aproximación a los límites que se imponen en el gestar lo cultural en la pequeña ciudad. Nos propusimos buscar una manera de identificar las articulaciones entre espacio, tiempo y cultura, organizando los resultados alrededor de la identificación de trayectorias. Consideramos que esta categoría abarca el espacio y el tiempo e informa sobre las variaciones en dirección, grado y/o proporción de los recorridos, que constituyen una dimensión central para aprehender itinerarios, desplazamientos y estrategias de movilidad que producen instituciones e individuos (Roberti, 2017; Elder, 2001).

Nuestro trabajo parte de la idea de que esta escala de ciudad engendra formas sociales complejas, en las que las experiencias del tiempo y el espacio, expuestas a la proximidad y la movilidad, adquieren modos propios que afectan las disposiciones y las apuestas que tienen que ver con la producción cultural y artística local. Bajo esta premisa, indagamos en los sentidos que apuntan a un imaginario del campo cultural donde se impone el “acá no pasa nada” / “acá es siempre igual”, pero también a una sensación de cambio basada en un sentido de pérdida expresado en la idea “la ciudad ya no es la misma”. En este contexto de cambio y continuidad, buscamos conocer las circunstancias en las que aparecen referencias a una percepción del tiempo que cristaliza cierto sentido de lo estable en las prácticas culturales locales, a pesar de que en la post-pandemia COVID-19, con el crecimiento de la ciudad y el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación, la dinámica de circulación y transformación social desborda permanentemente sus límites.

En suma, en el ejercicio de observar desde afuera, nos preguntamos: ¿en qué momentos se tensiona aquello que imprime sentido a la experiencia cotidiana de lo local y a su propia continuidad? ¿Qué articulaciones entre espacio y tiempo se pueden identificar en las formas del hacer con la cultura, si miramos las conexiones que las prácticas producen con el lugar? ¿Es posible identificarlas persiguiendo las líneas que van urdiendo el territorio donde se desenvuelven? Para responder a esta serie de preguntas definimos como unidades observables a las figuraciones que se organizan en forma de trayectorias, ya que estas se (re)crean en base a interacciones que anclan percepciones del tiempo que van proporcionando a la localidad un sentido de lugar.

Lo que dio origen a las ideas esbozadas hasta aquí, fue una conversación mantenida con Andrés1 en el año 2019, un docente universitario de mediana edad, artista integral vinculado al teatro, la murga y la música. Él, actual residente de Chacabuco, una pequeña ciudad no metropolitana y periférica del noroeste bonaerense, sintetizaba: “acá si rompes demasiado con lo que se ve y se escucha, más que reconocerte como un creativo, probablemente te miren como raro o como que no lo entiendo o tengas problemas” [Artista y docente, entrevista 14/04/2019]. El panorama se completaba en la voz de Agustina, fundadora y gestora de La Firulata, una escuela de circo creada en el año 2008. En un documental donde se relata la historia de su espacio, ella declaró:

creo que Chacabuco tiene algo como de quietud, algo que te hace quedar ahí, que tiene que ver con la tranquilidad, pero también con un espacio que a veces no encontrás. Ese movimiento, esa necesidad de crear y de colorido, que por ahí uno necesita [Tomado del film La Firulata, un circo de pueblo de Candelaria Palacios, 2021].

Ambos enunciados revelan una imbricación de nociones de tiempo, espacio y cultura. Por un lado, la primera cita muestra una marca temporal en la idea de “romper”, ya que el planteo supone lo establecido y la posibilidad (o no) de tomar riesgos para una transformación que implique generar una nueva época. Allí, el tiempo asoma verbalizado como símbolo de relaciones entre dos o más procesos, y toma uno como marco de referencia o medida de los demás. Por otro lado, la incomprensión o la etiqueta de “raro” -que pueden llevarte a tener problemas en el ámbito de lo local-, demuestran una especie de rompimiento del compromiso con las normas sociales e institucionales que sostienen una idea de normalidad y de continuidad de la vida cultural local. En general, en la pequeña ciudad la figura del compromiso impulsa un tipo de alianza que sostiene líneas de comportamiento que configuran un espacio urbano donde la diferenciación social se juega en los límites de la pertenencia que define la localidad (Ré, 2019).

Esta forma de describir el espacio para lo creativo en la ciudad pequeña, entre la quietud y el movimiento, entre la continuidad y la ruptura, constituye una invitación a pensar la temporalidad sobre la que se desarrolla lo que identificamos como un tipo de proceso cultural particular y situado. Además, las citas señalan posicionamientos divergentes, que se actualizan en el espacio social local, definiendo un imaginario donde lo dominante parece imponerse siempre sobre lo otro (Bourdieu, 2002). De allí, proponemos enfocarnos en la temporalidad practicada en el campo cultural local -en oposición a la idea de un tiempo sustantivado- a partir de lo que se coloca en relación cuando se refiere a lo estable o a su crisis (Elías, 2008).

Otro punto interesante de subrayar en relación a aquella sintomática frase de Andrés, es cómo describe cierta performatividad de la mirada en una dirección capaz de sostenerse en el tiempo. Señala enfáticamente su eficacia en la definición de los posicionamientos en el espacio social local, restringidos por las marcas de lo “raro” o “problemático”. Estas son señales de desviación que nos llevan a preguntarnos acerca de las reglas, los mecanismos y las situaciones que generan su rompimiento, atendiendo a su doble dirección: el desviado y el que lo denomina como tal (Becker, 2010). En este sentido, la desviación se entiende como un proceso que involucra la respuesta de los otros, produciendo relaciones de dimensiones políticas, en un marco de estrechez del espacio y de proximidad. En concordancia con lo mencionado, buscamos pensar procesos culturales en su manifestación temporal y espacial a partir del análisis de trayectorias individuales e institucionales: ¿será que lo que incomoda no es lo creativo en sí, sino que esto irrumpa haciéndose de un lugar y un nombre propio en el espacio social local, desorganizando la experiencia temporal y espacial?

Este trabajo recupera ritmos y gestos típicos del alto grado de proximidad entre quienes habitan en esta clase de territorios. Propone que la sociabilidad de cercanía afecta las relaciones sociales tramando un tejido afianzado, que hace a la identificación y al (re/inter)conocimiento de las personas según su posición y trayectoria social (Ré, 2021). En efecto, busca mostrar que existen una serie de relaciones organizadas valorativamente, que se prolongan en el tiempo dando sostenibilidad a las tramas y posiciones de pertenencia al espacio, y que generan superposiciones que van siendo acumuladas en la figura de marcadas trayectorias personales o institucionales. Correlativamente, se interesa en evidenciar los trayectos que van delineando un espacio social estrecho y heterogéneo, cuya dinámica vuelve finita la diversificación de las relaciones sociales, reproduciéndose en una base cercada, estabilizada, endogámica (Bellet y Llop, 2004) y sujeta a las amistades, las filiaciones parentales y el ámbito laboral y/o barrial.

Lo que sigue a continuación apunta a contribuir a la definición de un andamiaje teórico para reflexionar sobre la posibilidad de indagar los procesos culturales de la ciudad de Chacabuco desde la articulación de las categorías de tiempo, espacio y cultura. Para ello, en primer lugar se presenta el diseño metodológico y los alcances de la investigación. En segundo lugar, se ubica la ciudad de Chacabuco (Provincia de Buenos Aires) a partir de una caracterización principalmente etnográfica. Y luego, en tercer lugar, se desarrolla y amplía el análisis sobre las temporalidades relevadas en la actividad cultural local atendiendo a los ritmos que caracterizan a este tipo de ciudades.

La apuesta metodológica

Desde el análisis del registro de campo se propone indagar en la evocación temporal frecuente de lo estable, observando cómo las prácticas culturales y artísticas resuelven la relación con lo que circula y/o cambia en el ámbito de lo local. La apuesta metodológica para responder a esta pregunta por el tiempo, consideró abordar las prácticas culturales en la pequeña urbe a partir de la identificación de nodos de interconexiones espaciales y temporales que se organizaban en la reivindicación de las trayectorias tanto personales como institucionales.

Nuestro objetivo era identificar las temporalidades a las que suscriben un corpus de prácticas relevadas en el campo cultural local donde exploramos: qué sentidos movilizan las prácticas culturales locales y qué tipo de lugares crean. Por consiguiente, nos enfocamos en el espacio social local y las marcas temporales que lo configuran, como productos de un conjunto de relaciones, posicionamientos, negociaciones y traslaciones (Ingold, 2012, Massey, 2004). Esto nos permitió visibilizar los vínculos y los contactos con extensiones diversas en las que se expande el terreno de las prácticas culturales locales.

La indagación sobre el tiempo también nos obligó a hacer una definición sobre cómo abarcar el territorio. Cuando se trabaja en ciudades de pequeña escala se presenta un problema que tiene que ver con la ilusión de construirlas como un objeto total2. Por un lado, en términos geográficos y urbanos, alimentada por el hecho de que al entrar se puede divisar dónde empieza y termina la ciudad. Por otro lado, en tanto que se presenta como un universo holístico en el que cada individuo es una persona identificada según la posición que ocupa en el espacio social entendido como un todo. Como mencionamos anteriormente, en este caso nos propusimos pensar a partir de los nudos donde las personas se juntan e interaccionan dejando marcas en el tiempo y en el espacio (Ingold, 2015). De esa manera, fuimos construyendo una idea de espacios dinámicos, sostenidos por las constantes negociaciones que juegan y tensan aquello que se mantiene estable con lo que manifiesta algún tipo de cambio o movimiento en el ámbito de lo local.

La investigación fue diseñada siguiendo una estrategia cualitativa, flexible y permeable a captar un contexto de cambio y heterogeneización. Trabajamos desde el abordaje etnográfico de prácticas culturales y sociales, a partir tanto de la circulación libre alrededor de la ciudad como del seguimiento de los actores culturales. A través de esta forma de estar en el territorio, analizamos las tramas sobre las que se definen sentidos de lugar. Entre los años 2019-2023 –pandemia COVID-19 de por medio- realizamos una serie de entrevistas en profundidad a distintos referentes culturales y artísticos de la localidad, así como también observaciones en diversos eventos culturales que fueron volcadas en registros etnográficos. También, en el año 2021 gestionamos un relevamiento en forma virtual con una herramienta de recolección de información semiestructurada, que funcionó como aproximación al campo cultural local, que alcanzó a 40 agrupaciones culturales y artísticas locales. Todas estas fuentes se centraron en la identificación/sistematización de posicionamientos, situaciones y procesos culturales y artísticos que hacen al quehacer cultural en la localidad. Los resultados abrieron paso a relaciones e interrogaciones sobre cómo algunas prácticas culturales en el ámbito de lo local podrían ser los principales vehículos del sentido de lo “estable” tan mentado en el imaginario de esta pequeña ciudad.

El lugar: una pequeña ciudad bonaerense

Chacabuco es una ciudad agroindustrial de la llanura pampeana, ubicada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Tiene aproximadamente unos 50 mil habitantes (INDEC: Censo 2022) y es cabecera3 de uno de los 135 partidos que la constituyen como la provincia más habitada de la Argentina. Cuenta con una ubicación estratégica ya que, por un lado, se integra al Corredor Central del MERCOSUR al estar sobre la ruta que une el Río de la Plata con el océano Pacífico (corredor bioceánico central) y, por el otro, porque mantiene una distancia relativamente corta (aproximadamente 200km.) respecto de tres grandes centros metropolitanos (Buenos Aires, La Plata y Rosario), hacia donde tiene una conexión vial desarrollada y fluida. Limita con otras localidades de características similares a ella, que han alcanzado distintas jerarquías en el mapa regional, como son Chivilcoy, Junín, Carmen de Areco, Salto y Bragado. Todas, fundadas en la segunda mitad del siglo XIX, se ubican a distancias geográficas de alrededor de 60/80 km de nuestra ciudad de referencia, cuentan con más/menos población y, en general, mantienen intercambios frecuentes en distintas áreas como salud, educación, trámites provinciales, deporte, cultura y artes.

A nivel regional, Chacabuco funciona como centro administrativo, concentra servicios, comercios y tiene una oferta cultural y educativa variada. Su economía está básicamente enlazada a la actividad agropecuaria (producción –cereal y ganado- y acopio), la industria de sus derivados (biotecnología, industria de alimentos, molinos) y el transporte. Fue, desde mediados del siglo XIX, hasta aproximadamente la década del ochenta, una de las principales productoras de ladrillos de barro cocido de la zona, se pueden ver aún varios recintos -algunos en funcionamiento y otros abandonados- marcados por esa industria de base artesanal. Además de la ladrillera, se encuentran activas industrias basadas en la actividad textil y la fabricación de productos derivados del metal.

Figura 1. Mapas ubicación de la ciudad de Chacabuco [OpenStreetMap, 2023]

En los últimos años, circula fuertemente en la localidad la idea de que la ciudad de Buenos Aires está cada vez más cerca de Chacabuco. Esto tiene que ver con el proyecto de Autovía Junín-Buenos Aires, que fue avanzando y acortando los tiempos que conectan la ciudad con el principal centro de producción cultural y artística del país. La sombra de la metrópolis avanza y se impone al desarrollo de la actividad cultural local, que se ve restringido por las limitaciones propias del espacio social y por la ausencia de recursos disponibles para tal fin.

En efecto de lo anterior, hemos confirmado el interés activo de los locales sobre las propuestas artísticas culturales que se organizan o provienen del afuera de la ciudad. El afuera en el imaginario local funciona como lugar del progreso y de lo que es capaz de transformarse. Lo local, por el contrario, se experimenta como lo repetitivo y rutinario. En coincidencia con los trabajos de Moguillansky y Fischer (2017) y de Abrantes (2021), en el imaginario de Chacabuco encontramos que aquello que se representa como progresivo, rápido y/o vertiginoso sucede en el afuera y no en su interior. Yace allí una de las claves para analizar cómo se vinculan la escala y el tiempo con la percepción de lo estable, en los procesos culturales identificados en el trabajo de campo. En general, estas categorías imbricadas se visibilizan en los nudos que sujetan posiciones y significaciones, reduciendo el tiempo a un presente perfecto que aparentemente es difícil de intervenir o “romper”, como dimensionamos en las citas del comienzo de este artículo. En la pequeña ciudad lo que se opone a lo cotidiano -percibido como “chato”- es un tipo de movimiento que en el ámbito de lo local adquiere una dinámica particular, ya que en general agencia la reproducción del statu quo, es decir promueve la continuidad.

Siguiendo con la caracterización, al observar la fisonomía urbana de Chacabuco, se puede ver que conserva un esquema tradicional (Figura 2), que se caracteriza por una plaza central alrededor de la cual se concentran las principales instituciones (municipalidad, bancos, escuelas, iglesia, estación de policía, confiterías, teatros y cines) y otras cuatro plazas ubicadas en los vértices que conforman el cuadrante del casco urbano. Un rasgo llamativo de esta ciudad es que dos de los principales molinos harineros, con niveles de producción exportables, se encuentran en su casco urbano central, más precisamente sobre sus avenidas principales. Tanto estos como las industrias del maíz, que se localizan en los accesos a la ciudad, la envuelven con un olor que genera un ambiente muy particular al que la gente se muestra muy acostumbrada. En estas imágenes y ambientes señalados, se pueden leer distintas capas de tiempo, que mantienen en silencio evocaciones del pasado y del presente imbricadas, entrecruzadas, anudadas en una especie de continuidad e historia común.

Figura 2. Ejido central (OpenStreetMap, 2023)

Al relevar el mapa cultural de la ciudad, vemos que en su despliegue espacial hay una concentración de la actividad dentro del ejido urbano, es decir presenta muy poco por fuera del límite de la primera e histórica circunvalación definida por sus principales avenidas4. En el último tiempo, si bien la ciudad se fue desbordando hacia el periurbano en forma desorganizada, a través de loteos que ocuparon los sectores medios y el crecimiento de barrios de viviendas populares que fueron incrementando su población y servicios; la infraestructura cultural se mantuvo principalmente en el centro, en lugares tradicionales o irradiando hacia los alrededores cercanos de la plaza principal. Se ha observado que en general son siempre los mismos sitios que se destinan para actividades culturales: Hotel Unión, Club Social, Club Huracán, Teatro Italiano, Cine teatro Español, Anfiteatro Chacay Ufco, Escuela de actividades culturales -EAC-, Casa de la Cultura.

Por otra parte, si observamos los modelos de gestión de los principales espacios culturales vemos que la mayoría son de gestión pública o mixta, y el resto, los pocos, los nuevos o renovados, conforman espacios de corto plazo, es decir que irrumpen durante periodos cortos y luego desaparecen. Estos últimos, como veremos más adelante, suelen ser refundados en los intercambios generacionales en formatos autogestivos coordinados con pocas herramientas profesionales o son producidos por individuos que cuentan con un capital económico personal capaz de solventarlo. En efecto, es notable que aquí lo estable se expresa no solo en el centro como lugar de la cultura y el arte en la localidad, sino también se visibiliza en la refundación de los lugares “míticos”, los que históricamente y por distintas generaciones se vuelven a habilitar como espacios de circulación del arte y la cultura. Todo, da cuenta de una serie de movimientos que van consumando un sentido de lugar que alcanza sólo a quienes tienen inquietudes artísticas dentro de la localidad, sin remover las fronteras sociales que se organizan alrededor de una profunda fragmentación de la ciudad entre el centro y los barrios.

Por último, al enfocarnos en las instituciones culturales de Chacabuco vemos que aparece como condición la referencia a una cierta formalidad, algunas burocráticas en figuras jurídicas como asociaciones civiles, clubes; y otras, nominales y simbólicas. Entre estas últimas, sin figura jurídica, ubicamos a las que han logrado sostener un nombre y una actividad en el tiempo (colectivos de artistas, grupos de teatro, de música, ballets)5. Encontramos que en el espacio social local, las agrupaciones culturales se instituyen cuando logran ser identificadas en la ciudad con referencias espaciales y temporales volcadas en una trayectoria asociada a una persona o a un lugar. Es decir, se afianzan en un nombre que haya sido capaz de sostenerse en el tiempo (principio de continuidad), dejando huellas en el espacio y haciendo época.

En síntesis, emergen de la descripción que antecede una serie de formas posibles de vincular el sentido de continuidad con las trayectorias en la cultura local de la pequeña urbe. Sobre esto avanzaremos en el siguiente apartado.

Hallazgos: la cadencia de la pequeña urbe

Hablamos de medir el tiempo como si el tiempo fuera un objeto concreto que esperara ser medido. De hecho, creamos el tiempo al crear intervalos en la vida social. Antes de esto no hay tiempo que pueda ser medido (Leach, 1971:209)

Como se viene mostrando en los apartados anteriores, el espacio social local produce una temporalidad basada en relaciones que se prolongan en el tiempo y que alimentan un principio de estabilidad. Ahora, en el análisis que hacemos a continuación nos detenemos en algunos datos de campo para responder la siguiente pregunta: ¿Cómo se expresa la representación de continuidad en la experiencia social de la cultura y el arte local? Hallamos procesos complejos, donde los movimientos de los actores culturales confluyen en una percepción sucesiva, lineal y acumulativa, y dan indicios de cómo lo estable organiza las trayectorias de personas e instituciones.

Proponemos empezar pensando en los trayectos temporales, por ejemplo, de las instituciones culturales locales más añosas. Entre estas se encuentran las asociaciones de colectividades (vasca, española, italiana, francesa, otras), algunas creadas a fines de siglo XIX, han trazado una insoslayable presencia ya que cuentan con importantes infraestructuras acordes para la actividad cultural (bibliotecas, salones, teatros, cines). Otras referentes en el mismo sentido son las bibliotecas, una municipal (desde 1973) y otra popular (desde 1906), instituciones de largo recorrido que han quedado ancladas y poco visibilizadas en el centro de la ciudad. Por otro lado, entre las agrupaciones artísticas independientes o privadas, encontramos algunos grupos de teatro como La Mueca -ya sin actividad, pero de referencia permanente-, el Grupo Taller de Teatro o el Equipo Teatral Chacabuco, que tienen más de 50 años de trayectoria. Otro ejemplo, más reciente, es el Grupo de Teatro Callejero (GTC) que acaba de cumplir sus 20 años. También, existen dos escuelas de danzas que tienen una historia de 40 años, a las que le dieron continuidad las hijas de sus fundadoras. Otras de las instituciones culturales identificadas de larga data son algunos Centros Tradicionalistas como El Mojón y Guardia Nacional. Además, se pueden mencionar algunas asociaciones artísticas como Músicos Unidos de Chacabuco (organizadores del Festival Provincial de Tango y Folclore que va por su XXV edición) o la Asociación de Escritores Chacabuquenses, ambas con casi 30 años de trayectoria en la localidad.

A partir de la enumeración anterior, confirmamos que la trayectoria es fuente de legitimidad en el campo cultural local, es de base temporal y tiene un principio lineal. También, esto se revalida en el hecho de que estas instituciones se presentan como referentes que conforman el canon de la cultura local. Todas cuentan con una trayectoria histórica que marca los parámetros de las clasificaciones locales, estableciendo los estándares para la comparación y el posicionamiento de otras agrupaciones que van surgiendo. En muchos de los casos mencionados, son los hijos quienes mantienen el legado, en otros, la propia organicidad burocrática en las figuras de “asociación de amigos de” (museo, teatro, biblioteca) sostiene la continuidad. Pero también, en algunos de estos espacios culturales se abren camino gestiones híbridas, como por ejemplo, los productores privados en el Cine Teatro Español. O el caso del Teatro Italiano, que a través de un convenio marco establecido con el municipio -luego de su puesta en valor-, cede la programación y el cuidado al organismo público que ha conformado una cooperadora autónoma para su mejor administración. La pregunta que se impone en relación a esto último es, si más allá de que se ensayen nuevas formas de gestión de los espacios, su función en el campo cultural local alimenta un principio de continuidad que tenga que ver con el peso que cada uno de estos tiene en la dinámica cultural local.

Tomando en cuenta todo lo anterior, al cambiar el foco hacia las instituciones culturales y artísticas más jóvenes, de trayectos más cortos pero que han conseguido continuidad suficiente para entrar en este grupo, un ejemplo destacado es la Asociación por Amor al Arte (nacida en 2008), que agrupa a personas dedicadas a las artes plásticas, fotografía, danzas, cerámica, teatro y amantes de las artes en general. Ésta ha logrado crear y sostener su institucionalidad burocrática y simbólica en base a la gestión de actividades (muestras, actividades y concursos) y a una alianza con el gobierno municipal basada en el compromiso social con la comunidad. En particular, en este caso se pondera la contribución personal a la cultura local usando como medio de sostenibilidad la voluntariedad.

En el periodo estudiado observamos que para algunas de estas organizaciones más jóvenes fue complicado sobrevivir a la pandemia COVID 19, y entre las que aún siguen en pie, las dificultades de sostenibilidad se explican, en general, por la imposibilidad de alcanzar un grado de institucionalidad burocrática que les permita gestar independencia económica. Nos referimos aquí a otras asociaciones de artistas plásticos como Colectivo Periferia, de músicos independientes, u otras, como por ejemplo, aquella cuyos objetivos apuntan a mantener viva la memoria del escritor Haroldo Conti6. Entre estas últimas, la potencialidad de la institucionalización burocrática se tensiona con la necesidad y proyección de ser visibilizados de alguna otra manera en la localidad, de postular una posición de ruptura con las formas existentes. Esto, en el sentido planteado por De Certeau (1996), implicaría concretar una posición estratégica desde la cual ocupar un lugar que movilice el debate dentro de la cultura local. Algo que se ve dificultado por la escasa experiencia en prácticas autogestivas así como por la imposibilidad de muchas de ellas de tener y sostener un espacio físico propio dentro de la ciudad.

El compromiso con la continuidad

Con todo lo enumerado y descrito hasta acá, nos interesa remarcar que si bien el proceso de burocratización habilita el acceso a una serie de recursos, que de otra manera son difíciles de conseguir, la complejidad de este proceso yace en lo que supone instituir las bases para la continuidad de un proyecto cultural en la pequeña urbe. En efecto, debe destacarse el contexto para dar cuenta de sus principales desafíos atados a la escala y a su ritmo. Por un lado, el rasgo de lo pequeño conlleva el desafío de ampliar la participación y superar las tensiones propias de la proximidad que tienden a segmentar y guetificar los lugares -y por ende los públicos-, remarcando desigualdades sociales y diferencias ideológicas o partidarias. Por otro lado, identificar el ritmo, atendiendo a la frecuencia de producción, exhibición y participación en los procesos de la cultura local.

En este marco, exploramos la temporalidad en las formas de gestión de las trayectorias de las organizaciones culturales. Observamos que estas se apoyan siempre en un principio lineal de continuidad basado en el compromiso con la comunidad. Advertimos que en las ciudades de pequeña escala, la sostenibilidad de las instituciones se basa en la adhesión a las tradiciones culturales y en la creación desde la no profesionalización (Pires, 2022). Esto supone comprender los procesos en relación a los compromisos asumidos dentro de una economía de la dádiva antes que en el propio ejercicio de las acciones culturales. En consecuencia, Pires (2022) destaca la idea de “conciencia del legado” como práctica común basada en la percepción de la contribución personal de un sujeto o grupo a una tradición cultural. En sus términos, la conciencia de legado se da a partir de un conocimiento personal de tipo experiencial que sirve de base para la atribución de sentido a las acciones e instituciones culturales de las que el sujeto participa. De manera que, la idea del legado activa un mecanismo de (re)producción de posiciones y lugares, que imprimen un principio de tiempo lineal a la gestión de la cultura local. Un ejemplo, es el caso de quien está a cargo el archivo histórico municipal y sigue el “legado” que dejó su madre Daniela Prieto, quien fuera declarada años atrás Ciudadana Ilustre de Chacabuco por parte del Concejo Deliberante. [Tomado de El Diván, 29/09/2022. Disponible en: https://www.massradio.com.ar/entrada/el-divan-capitulo-26-daniela-perez-80138]

En suma, por un lado, identificamos una dinámica de repliegue hacia el pasado, no resignificado como patrimonio sino más bien como forma de sostenimiento del statu quo, enmarcado en la figura del legado. Por otro lado, encontramos que el reconocimiento de las instituciones de mayor trayectoria invisibiliza proyectos nuevos basados en otros modelos de gestión. De ahí que, el reclamo con sentido de pérdida sobre lo actual “Chacabuco ya no es como era antes” se opone a una reinterpretación del pasado y clausura la imaginación de un futuro, lo que pareciera frustrar los proyectos hacia lo “nuevo” como veremos a continuación.

Al ritmo de la repetición

Lefebvre (2007:9) planteaba que en la repetición en el tiempo y en el espacio se halla el ritmo. Y que no hay repetición absoluta, idéntica, de manera indefinida, sino que cuando se trata de los ritos cotidianos, siempre hay algo de improviso que se introduce en lo repetitivo: la diferencia. Hasta ahora recopilamos referencias al pasado, presente y futuro, que paradójicamente anclan la figura de lo estable en la reivindicación de un pasado que ya no es y las dificultades de ir hacia lo “distinto” o “nuevo” que fracasan o no llegan a viabilizarse en forma duradera. Esto indica una experiencia que se trunca y encauza una continuidad cíclica cargada de formas recurrentes. Como propone Leach (1971), es en el marco de esos contrastes, en las oscilaciones entre lo uno y lo otro, donde es posible notar la experiencia del tiempo. Lo que marca el ritmo o la experiencia del tiempo circular, en este caso, es el resultado de una secuencia de oscilaciones entre polos opuestos, una discontinuidad de contrastes repetitivos.

Hemos mostrado que, en las pequeñas urbes, las prácticas culturales se sostienen en dos percepciones del tiempo: una lineal, vinculada a la idea de desarrollo o progreso, y otra circular, que da lugar a formas repetitivas La primera, como plantearon Greene y de Abrantes (2018:226), se puede asociar a la “existencia de un desajuste en el comercio de los imaginarios de este tipo de ciudades no metropolitanas, producto de una idea de desarrollo que va de lo pre-moderno a lo moderno”. Los autores proponen que esta concepción lineal del tiempo es la fuente de una sensación de tedio que se vuelve signo visible y penetrante de una promesa incumplida. Es decir, al no hallar la velocidad, el tumulto y la diferencia típica del modelo urbano, en este tipo de ciudades se va configurando un sentimiento de frustración por lo que no son, en lugar de dar lugar a procesos para reconocerse en lo que sí. Además, los trayectos identificados en el caso de Chacabuco organizan la experiencia en una temporalidad lineal sostenida en ideas atravesadas por el sentido común del desarrollo, connotaciones de civismo y rectitud moral que como plantea Ingold (2015:19) en general devienen en “líneas rectas”.

Subyacen aquí una serie de indicios teóricos que nos permiten fundamentar la relevancia que tiene observar las temporalidades que promueven las prácticas culturales y artísticas a nivel local. Entre los antecedentes respecto de estas representaciones temporales, vale volver a recuperar el gran trabajo de Rosane Prado (1988) sobre una pequeña ciudad brasilera del interior del estado de São Paulo. Ella identificó que las valoraciones sobre la propia cultura se basaban en las tradiciones del lugar que, por ese tiempo, sus vecinos sentían que se estaban perdiendo. Esto producía la sensación de no poder o no estar avanzando y sostenía la reproducción de lo cultural como algo que estaba allí fijado. En aquel análisis, la autora se detenía especialmente sobre el ritmo de vida, las nociones de tiempo y su relación con las disposiciones sociales y culturales de quienes habitaban la localidad. Así, registró la huella activa de un tiempo de esplendor perdido (pasado) y la afirmación de un tiempo actual en el que las cosas no pasaban, donde faltaba progreso y movimiento. Todas sus observaciones derivaron en un interesante aporte sobre las representaciones colectivas locales que conviven entre un tiempo mítico y un tiempo circular. El primero, referido a ese pasado valorizado como tradición y, el segundo, el tiempo actual, basado en las rutinas y en los eventos (fiestas y ferias de fines de semana), que si bien se oponían al ritmo de lo cotidiano, iban componiendo lo que denominó “la rutina de los fines de semana”, algo que adquiere otra forma de repetición (Prado, 1988).

Salvando las distancias geográficas y de época, el trabajo de Prado (1988) expone algo que aún es visible en nuestro caso, más de treinta años después y en otro territorio. Cabe destacar que, en el momento de su etnografía, la sociedad aún no estaba marcada por la masificación del acceso a la tecnología de la información y la comunicación, la globalización digital y tampoco colapsada por la pandemia de COVID 19 que rediseñaron nuestra experiencia del tiempo y el espacio. Sin embargo, esta idea que el tiempo bueno ya pasó (tiempo histórico) y la percepción de que las cosas ya no son las mismas (tiempo actual) permanece en vigencia y se puede identificar como un motor, también, dentro de la lógica de la gestión y la producción cultural local en nuestra ciudad objetivo. En Chacabuco identificamos una experiencia del tiempo que se estabiliza reproduciendo formas culturales más allá de las transformaciones propias de la globalización digital. La explicación a este fenómeno podría ser pensada en torno a lo que Da Matta (1985) denominó como la gramática de espacios y temporalidades, es decir, a partir de identificar cómo las actividades se ordenan en oposiciones diferenciadas, permitiendo recuerdos y memorias de distinta calidad, sensibilidad y forma de organización, sosteniendo la existencia de la sociedad como un todo articulado. Es decir, asumiendo a la localidad como límite.

Para avanzar en esta línea, describimos un emergente del relevamiento: los centros contraculturales, alternativos o independientes. Hemos encontrado un patrón particular y característico de este tipo de lugares que tiene que ver con el tiempo de vida, que suele ser como máximo de dos años aproximadamente. Como menciona un entrevistado, la causa de este rasgo común podría encontrarse en su formato poco rentable y sus agendas “políticamente inadecuadas” para el ámbito local. En el relevamiento de redes sociales, de documentos de distintas épocas, así como en las entrevistas, estos lugares fueron mencionados sobre todo por quienes están involucrados en la producción artística local. Por lo menos tres refieren a distintos momentos de los últimos 20 años: Sótano del Hotel Unión, El Altillo y La Casa. Encontramos que estos sitios han integrado a las disidencias, los movimientos de izquierda e independientes. En este tipo de espacios, identificamos un fenómeno marcado por una discontinuidad periódica, generacional y acumulativa, que se acopla a la temporalidad marcada por la continuidad propia de la pequeña urbe.

Nosotros, en ese momento teníamos el Centro Cultural El Altillo, allá por el 2003/2004 […] los artistas digamos del under, de la izquierda, o sea los que no hacen lo que la ciudad reconoce más como cultura propia de un pueblo como este, encontraron un espacio. […] Era un espacio donde las reglas eran muy distintas porque las miradas eran muy distintas, los encuentros artísticos eran muy distintos. No eran muchos, pero era el grupo más dinámico de una juventud que después se fue, quedaron algunos pocos, hubo algunos que después volvieron y otros hicieron otros centros culturales. El último fue La Casa, que también estaba buenísimo (Artista y docente, entrevista, 14/04/2019).

Aquí se presenta la situación de “los mismos de siempre” pero con el plus de que se instituye como un espacio abierto a quienes vuelven del afuera, aquellos que se encuentran en una circulación ampliada (“los que se fueron a estudiar”).

Vos ibas a los encuentros y tenías en una habitación uno que hacía teatro, otro una obra de exposición. Ahora, una cosa era ir, este fin de semana éramos los diez que estábamos siempre, ¿viste? Aparte lo ves por generaciones, porque eran los viejos, o los que a mí me enseñaban cuando yo era pibe y después estaban los que yo he formado que eran los que iban al Centro Cultural El Altillo. Esos lugares se llenaban de vida los fines de semana largos, que venían los que se iban a estudiar. Entonces, ahí aparecía otra gente, otro recorrido. Y duró, duró año y medio, dos. Son espacios prácticamente insostenibles, por cuestiones legales o policiales, o económicas, en algún momento se corta (Artista y docente, entrevista, 14/04/2019).

Un espacio joven y viejo, donde se vuelcan la ensoñación del hacer cultural de otra manera, en la transición de un afuera y un adentro vivo y contracultural. Son espacios que se vuelven un grito encadenado inter-generacionalmente, como se puede ver en el siguiente fragmento de la carta de despedida tomada de la cuenta de Facebook de La Casa, el último centro cultural independiente registrado en Chacabuco:

Facebook. 7 de marzo de 2018

[…]No creemos que se haya cerrado un círculo, ya que nosotros no abrimos ninguno. Quizá en nuestras manos estuvo Haroldo Conti o el cuento de una tal Cueva o el famoso Altillo, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que lo único que hicimos fue darle una vuelta de rosca a ese círculo que tantas veces quisieron cortar, desaparecer o acallar... Pero sepamos que nadie ni nada puede con la esencia de un pueblo, nadie ni nada puede con las entrañas de un pueblo que escupe arte... Sí, lo escupe. Porque no lo puede decir. Porque está prohibido. No lo puede pintar. Lo desangra en sus paredes escrachadas y borradas luego por algún fascista. No lo puede cantar porque nos ensordecieron los decibeles de algún estúpido racista bolichero. Pero aun así, medio ciegos, medio inmóviles y medio mudos, seguimos en pie y seguiremos en pie [...]

Darle una “vuelta de rosca al círculo” que ellos no iniciaron, supone un devenir de la historia cultural local, una temporalidad situada, que aparece nuevamente sujeta a la figura del legado. Este tipo de espacios culturales, que habitan de a uno por vez, de abrupta emergencia y desaparición, no escapan a integrarse a un ciclo de la cultura local donde la diversidad o lo heterodoxo encuentra sus vías públicas de acción en una forma itinerante y efervescente. Nos preguntamos entonces: ¿estos espacios culturales son un paréntesis o una grieta en el proceso social? En forma de elipsis generacional, renacen con agendas actuales en modelos de gestión basados en una lógica deficitaria y también voluntariosa. El legado de la heterodoxia ajusta su trayectoria y su legitimidad en la presencia y aval de sus antecesores. Como plantea Vargas Cetina (2018:44), aquí se solapan dos tiempos, uno que aparece como repetitivo y se relaciona con la vida cotidiana y otro que tiene que ver con la sucesión de generaciones. Funcionan en una especie de loop que sincroniza los momentos de repetición y los de diferencia, marcando un ritmo particular sostenido en una continuidad a la que subyace una complejidad que admite seguir siendo estudiada.

Comentarios finales

La pregunta que organizó nuestro trabajo de investigación se orientaba a indagar en las marcas espaciales y temporales que expresan las prácticas culturales y artísticas situadas en una pequeña urbe. A lo largo de este artículo presentamos una serie de articulaciones entre tiempo, espacio y cultura, que sostienen un imaginario de lo estable en un marco de cambio y heterogeneización social y urbana. Partimos de un problema planteado por un referente local, que remitía a las instancias de control que se advierten ante cualquier acción que tenga la pretensión de crear un corte o una disrupción sobre lo existente y buscamos explicarla a través de sus referencias temporales.

A partir del seguimiento de las prácticas culturales y artísticas locales, organizamos el análisis alrededor de la categoría de trayectoria, para dar cuenta de las direcciones en las que se despliega en la pequeña ciudad el principio de continuidad. Atravesamos con esta categoría las instituciones culturales, observamos el peso de la trayectoria en los procesos culturales y la manera en la que allí se imbrican las condiciones de posibilidad (o no) de lo otro, lo nuevo o lo disruptivo.

En conclusión, encontramos prácticas culturales y artísticas institucionalizadas que se mantienen en el tiempo y en el espacio, a través de acciones sucesivas, basadas en modelos voluntariosos y no profesionalizados, que se afirman en un trayecto que asegura su continuidad. Pensamos sobre la temporalidad a la que suscriben esas prácticas y descubrimos que producen un ritmo marcado, por un lado, por un principio de linealidad sostenido, por ejemplo, en la figura del “legado”. Y, por otro lado, por la repetición y la circularidad cuyas marcas se hallan tanto en las agendas de fin de semana marcadas por iniciativas festivaleras como en las disrupciones que proponen los cambios generacionales. Encontramos temporalidades en puja, que se superponen, oscilando entre lo estable y lo móvil, manteniendo formas de continuidad sostenidas en cierta idea de compromiso con la comunidad, a las que les cuesta imaginar un futuro dislocado.


  1. 1 Las referencias a entrevistas realizadas resguardan la identidad del entrevistado/a a través de nombres ficcionalizados. Solo se mantienen los nombres reales cuando los discursos fueron registrados en documentos que son públicos.

  2. 2 “Las aglomeraciones de escala intermedia suelen ser demasiado grandes para reconstruirlas etnográficamente, resultan demasiado pequeñas como para merecer la atención de sistemas estadísticos nacionales o provinciales que suelen generar poca información sobre ellas, o la procesan a niveles de agregación demasiado altos como para permitir análisis detallados o heurísticamente fecundos” (Noel, 2016).

  3. 3 El partido de Chacabuco se encuentra dividido en pequeñas localidades producto del trazado de vías férreas, estas nacieron en torno a estaciones ferroviarias y luego su crecimiento quedó estancado por el desplazamiento del en favor de la ruta y del automotor (Melli, 2001). Las comunidades que forman el partido de Chacabuco son: Chacabuco, Rawson, O´Higgins, Castilla y Los Ángeles. A las que se les agregan los parajes: Coliqueo, Membrillar, Cucha Cucha, Gregorio Villafañe, Ingeniero Silveyra, San Patricio, Paraje San Vicente y Paraje Los Sauces.

  4. 4 “Los nuevos asentamientos humanos, hasta la irrupción del ferrocarril adoptaron un modelo enraizado en las Leyes de Indias que llamaremos monocéntrico. En el mismo hay una plaza central principal, dos avenidas en cruz y una avenida de circunvalación. Se añadían otras plazas en número par, generalmente equidistantes de la principal. El centro urbano estaba caracterizado por la presencia de edificios para el gobierno, el culto, la seguridad y la educación” (Galcerán, Longoni y Molteni, 1997).

  5. 5 Raymond Williams (2009:161) proponía distinguir entre instituciones culturales formalmente identificables que sostienen efectivamente lo que él llama tradición selectiva y las formaciones. Estas últimas, entendidas como los movimientos y tendencias efectivos, en la vida intelectual y artística, que tienen una influencia significativa y a veces decisiva sobre el desarrollo activo de una cultura y que representan una relación variable y a veces solapada con las instituciones formales. En este trabajo asumimos a todas las formaciones como instituciones y nos proponemos observar la variable del tiempo de vida como elemento distintivo y herramienta de clasificación. Asumiendo que allí se aloja un dispositivo propio de la vida cultural en este tipo de escalas urbanas que integra el concepto de tradición selectiva al de trayectoria.

  6. 6 Haroldo Conti (1925- Desaparecido 1976): escritor, periodista y docente argentino nacido en Chacabuco (Bs. As.), detenido y desaparecido en la última dictadura cívico-militar en el año 1976. Considerado uno de los escritores más destacados de la generación del sesenta. En sus cuentos menciona frecuentemente lugares de su ciudad natal, Chacabuco, y a su vez, describe con mucha exactitud personajes reales reconocidos en la ciudad.

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